segunda-feira, 10 de outubro de 2022

Fracasos y grandeza de alma

 [Por: Rosa Ramos]


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“Morir es poca cosa, 

morir es poca cosa 

-dice Joaquín- ya muerto”

Ruben Lena

 

Los buenos libros son aquellos a los que podemos volver muchas veces y siempre encontrar algo nuevo en ellos; las palabras allí escritas son las mismas, sin embargo, tienen la capacidad de decir más y más, cada vez que las frecuentamos con reverencia, con ojos y preguntas nuevas. 

 

Lo mismo sucede con las personas buenas y sabias. No importa si están vivas y compartimos con ellas un espacio físico, un mate, un asado, un vino, o si vamos a su encuentro y las visitamos en el recuerdo, al no estar ya entre nosotros. Es muy gratificante el vernos, el escucharnos de viva voz con los seres queridos, el reír o llorar juntos masticando el misterio, fascinante o tremendo de la vida. Pero hacer memoria viva de alguien es ir a su encuentro con la certeza de seguir descubriendo bondad y sabiduría al repasar aquellas viejas páginas que escribimos juntos. 

 

Incluso puede ocurrir que haya encuentros más profundos, descubrimientos más grandes del otro, y también de nosotros mismos, a medida que los desafíos son nuevos y pasa el tiempo. Así sucedió con Jesús y su comunidad después de la Pascua, tras el duro golpe de verlo apresado, torturado y muriendo crucificado; pudieron juntos, comunitariamente, “entender las escrituras”. Se les “apareció” vivo, resucitado, y fueron bebiendo de aquella fuente de agua viva que siempre se ofreció generosamente y que pudieron ir desvelando a la luz de la experiencia pascual. Si bien el cuarto evangelio lo expresa como anticipación de Jesús (Jn. 16: 7, 13, 20)

 

Nos sucede con otras personas, y desde esa experiencia podemos comprender mejor la de los discípulos. Hace poco citaba la conmemoración de los treinta años de la muerte de un sacerdote uruguayo, el P. Cacho, y cómo estamos haciendo “memoria viva” de su peregrinar. En cada encuentro, algunos que convivieron con él, que lo acompañaron en sus “santas locuras” y otros que lo conocimos después, juntos, seguimos bebiendo de sus intuiciones, de su travesía osada y entrega extraordinaria. Nos seguimos preguntando, asombrando y aprendiendo de su modo de mirar, de escuchar, de estar allí... “Cacho vive”, creen los vecinos. “Cacho vive” creemos con ellos.

 

A modo de ejemplo, o para ser más concreta, hace unos días nos cuestionábamos sobre su capacidad de permanecer fiel, de confiar, de creer en la gente, precisamente en quienes no creían en sí mismos, en su dignidad, valor y posibilidades. Nos interpela su modo de seguir apostando en medio de incomprensiones y fracasos, pues estos eran el pan de cada día. Cacho no cejaba, no retrocedía, había emprendido un camino sin retorno hacia los otros, hacia esos otros tan diferentes que hasta debía aprender su “idioma”. Esa constancia de Cacho, esa “terquedad” en su decisión, nos lleva a seguir leyendo las páginas de su vida, a masticar sus gestos y sus palabras como quien hace eso con el pan salado, reteniéndolo en la boca hasta sentir su dulzor.

 

Algunos atinadamente argumentaban sobre la disciplina de Cacho, una especie de ascesis porfiada y cotidiana que lo ayudaba a permanecer entero, sin plantearse abandonar o huir del fracaso, sin caer jamás en la frustración y menos aún en la indiferencia ante el sufrimiento. Lo suyo fue permanecer entero, pensando, sintiendo, buscando, y encontrando en los otros -en esos otros que no creían en sí mismos- y en los que se acercaban a él porque allí percibían una zarza ardiente, algo del misterio divino, pues había ido “para volver a encontrarlo a Él”. 

 

En ese encuentro-lectura compartida con y de la vida de Cacho, de pronto surgió cada vez con más nitidez una luz: detrás de esa persistencia había una confianza honda en el sentido de la historia, había una convicción profunda en el Dios de la historia que está velado en la misma, que hay que seguirlo, aún apenas entreviendo en la oscuridad. De pronto alguien expresó: “había disciplina, pero había apertura a la Gracia”. Hicimos un ejercicio compartido de desentrañar los signos, de descifrar ese texto -la vida del P. Cacho-, a fuerza de memoria viva y también creyente. 

 

Gracia ansiada y pedida, como en esta oración suya tan sentida que compartimos:

 

“¡Qué deseos de huir, mi Señor, para encontrarme contigo y solo! En algún lugar de soledad, lejos de la trama humana, que me enreda y me ata, que me perturba y me ensombrece, que me altera y me violenta. Te amo, Señor, y sé que te encuentro en el otro; que eres tú el que me pide pan y techo, el que se descansa en mi hombro, hasta aplastarme. Te amo, mi Señor, ven y sube a mi barca, te llevaré a la otra orilla, un segundo contigo solo, me dará fuerzas para seguir con tu pueblo y el mío (escrito el 1ª de marzo de 1992)

 

Este “ejercicio” nos permite comprender el Evangelio-Buena Noticia, que mucho antes de llegar a consignarse por escrito las primeras comunidades descubrieron leyendo y releyendo los recuerdos del galileo, del Maestro, del Amigo. Así pudieron decir con las categorías disponibles que era el “Mesías”, el “Hijo de Dios”, el “Señor”, y todos los títulos cristológicos que nos llegaron luego.

 

En distinto grado, y en relación “a gente común”, todos podemos, si nos regalamos esa posibilidad, dedicando tiempo y silencio contemplativo, leer en nuestras historias, las ricas páginas de nuestros seres queridos -vivos o difuntos-. Encontrar el hilo de oro, el sentido que los mueve o ha movido, y siguiéndolo hasta podemos llegar más allá… barruntar el sentido último de la Historia en las pequeñas historias. Entonces el fracaso, y hasta la muerte (acá recupero los versos de Ruben Lena sobre Joaquín ya muerto) se ven como hilos de muchos colores en la trama de la Historia que construimos con la libertad -también la disciplina de volver a elegir cada día- y con la Gracia. 

 

Es hermoso y alentador dejarnos sorprender por la grandeza de alma de algunas personas que asumieron con “naturalidad” la pequeñez de la cotidianidad, la crítica muchas veces, el fracaso otras, el ser “perdedores” para las medidas mundanas. Personas tan queridas que ya entraron o que entrarán en el río de la historia como gotas ínfimas, como moléculas invisibles, pero que nos constituyen y animan a seguir avanzando en ese río. 

 

Lo mismo vale para la lectura de los hechos y gestas de un pueblo, contemplar y apreciar su sabiduría, su valor y legado, aunque sea “más tarde”. No siempre somos capaces en el momento de valorar los acontecimientos, la generosidad y la grandeza de un colectivo humano. Muchas veces es necesaria la lectura con distancia histórica para comprender aciertos o aceptar fracasos. Para “esperanzar” más allá de ellos y seguir andando confiados en el aliento del Espíritu.


Para equilibrar los versos iniciales, termino con otros de Pessoa que he citado en otros artículos:


“¿Valió la pena?

¡Todo vale la pena, si el alma no es pequeña!”

 

Imagen: https://www.raicesuruguay.com/raices/imagenes/im_2011_06/cristodepobres.jpg

Fonte: https://amerindiaenlared.org/contenido/22214/fracasos-y-grandeza-de-alma-/

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