Por Mercedes Estramil
El escritor japonés Haruki Murakami desata pasiones a favor y en contra. Su nuevo libro de cuentos lo confirma.
Cuando se ha leído a Murakami durante mucho tiempo, las sensaciones van variando y virando e incluso comienzan a ser contradictorias, como si el lector entrara en una suerte de disonancia cognitiva. ¿Es bueno, es light, es un bluff? Que tiene un mundo singular no cabe duda. Que, literariamente, desde ese universo siga teniendo algo que decir y lo diga bien, ya es otro cantar.
Nacido en Kioto en 1949, Haruki Murakami es el escritor japonés más famoso en Occidente. Su candidatura al Nobel es un lugar común —relegado varias veces por gente no tan conocida y no digamos exitosa, se lo toma con dignidad— y sus libros llegan con la frecuencia de caída de un suero fisiológico. Lo último es este libro de ocho relatos con perfil de autoficción, más o menos enmascarada y a veces explícita. El título anuncia y esconde. Primera persona del singular (2020), en todo caso, es una buena muestra de los pro y los contra que contiene la escritura de Murakami.
De qué hablamos
Así como el relato de Raymond Carver (“De qué hablamos cuando hablamos de amor”) le sirvió a Murakami para dos títulos (De qué hablo cuando hablo de correr y De qué hablo cuando hablo de escribir), es lícito preguntarse de qué hablamos cuando hablamos de él, un nipón con atmósferas occidentales y escritura oscilante entre lo leve y lo pretencioso. Si es un bestsellerista que disfraza los recursos burdos del bestsellerismo, como sostienen muchos, o si es un cándido exponente de un romanticismo contemporáneo, habida cuenta de que el romanticismo no muere sino que se transforma. El problema siempre está en el cómo.
Los ocho relatos de este libro tienen el obvio denominador común de la escritura en primera persona del singular, un tono general de rememoración con flashbacks a la adolescencia o a la mediana edad, y la batería habitual de recursos y tics de Murakami: personajes que no se sabe por qué actúan como actúan, movidos por una psicología oculta, situaciones inverosímiles que sirven para reflexiones profundas o pseudo profundas (a veces más colgadas que las situaciones mismas), escenarios superficiales hiperdescriptos, y un tono sedado para contar tanto lo banal como lo trágico. Aun así, hay picos de interés y anécdotas que fluyen, un manejo profesional de la intertextualidad y conocimiento de marketing para sospechar qué le puede gustar a un público mayoritario.
Primera persona del singular comienza con dos relatos de corte sentimental. En “Áspera piedra, fría almohada” el narrador en primera persona —Murakami personaje o su alter ego, da igual— recuerda conversaciones con una chica de su época universitaria que componía unos poemas llamados tankas. No recuerda ni el nombre ni la cara de la chica pero sí lo que se dijeron y que ella gritaba el nombre de otro durante los orgasmos. Texto sobre el carpe diem y el olvido. Los tankas de la chica son bastante hermosos. En “Flor y nata” el narrador también recuerda a una chica que conoció en su adolescencia y con la que tocó alguna pieza al piano (ella con solvencia, él torpemente); años después recibe una invitación de esa mujer para un recital y acude pero no hay tal recital ni chica. El desconcierto lo hace vagar por la ciudad, escuchar proclamas evangelizadoras en la calle y cruzarse —cómo no— con un viejo sabio que le habla sin venir a cuento de nada de la “flor y nata” de la vida y luego, de golpe, desaparece. Las desapariciones en sí son un lugar común en la narrativa de Murakami; le han desaparecido mujeres, gatos, elefantes, etc.
Los tres cuentos que siguen son un compendio de dos aficiones personales: música y béisbol. “Charlie Parker Plays Bossa Nova” comienza transcribiendo una presunta nota escrita por Murakami para una revista universitaria en 1963 sobre el saxofonista Charlie “Bird” Parker. En ella daba información sobre un nuevo disco, inexistente (Parker había muerto en 1955). El procedimiento —cervantino, borgeano— de jugar con la frontera entre lo real y lo apócrifo atrajo siempre a Murakami —igual que a Welles, Bolaño y tantos más— primero sin prolongar el engaño, poniendo las cartas sobre la mesa enseguida para los lectores, y luego llevándolo al terreno de lo fantástico mediante encuentros inesperados y sueños increíbles. Sabedor del procedimiento, el relato termina con una interpelación al lector que funciona como un pacto de lectura, acaso el que Murakami desea que se firme con él: “¿Me cree usted, fiel lector? Puede creerme. No me he inventado nada”.
En “With the Beatles” trae recuerdos de los años sesenta en plena beatlemanía, los mezcla con una historia sentimental trunca y evidencia algunos de sus mayores defectos de composición (a menos —todo hay que decirlo— que se trate de un problema de traducción). Por ejemplo: ¿hay necesidad de decir “procedí a pronunciar mi nombre” en vez del más directo y eficaz “dije mi nombre”? ¿Es necesario apelar a una metáfora tan gastada como “mi corazón se desbocaba como un caballo salvaje dando vigorosos latidos como latigazos”? De estos ejemplos Murakami tiene un almacén bien surtido. En “Antología poética de los Yakult Swallows de Tokio” habla del béisbol y por primera vez se presenta con nombre y apellido, dejando claro el carácter (semi) confesional de estas memorias.
El otro yo
Otra característica de Murakami es que nunca va a ser hiriente, o al menos no de un modo que evidencie misantropía, misoginia, racismo, insolidaridad o cualquiera de los postulados superficiales de lo políticamente incorrecto. Entonces en un cuento como “Carnaval” se despacha hablando de la increíble fealdad de una mujer, a la que la “salva” su actitud, su notorio conocimiento musical y en particular de Schumann, un marido bello y un prontuario atractivo; y de la fealdad más sui generis de otra, a la que terminó olvidando. “Confesiones de un mono de Shinagawa” es el Murakami puro y en estado de gracia de sus primeras obras, donde un mono puede servir y hablar con los huéspedes de un hostal como si tal y contarles absurdos vitales que se verán refrendados por la realidad años después.
El volumen se cierra con el relato que da título y uno de los mejores. El olvido de algo turbio, la autorrepresión y la culpa, tópicos del autor, sostienen esta historia de un narrador protagonista que se viste a la moda y no está cómodo en ningún sitio. El encuentro casual con una mujer del pasado lo confronta a un “yo” que no quiere ver desnudo y opta —mecanismo subyugante— por ver una realidad distorsionada y fantasmal. En este caso, el ejercicio de elipsis le sale bien y cualquier lector que lo lea en serio podría conectar con sus propios espejos deformantes.
PRIMERA PERSONA DEL SINGULAR, de Haruki Murakami. Tusquets, 2021. Traducción de Juan Francisco González Sánchez. Barcelona, 279 págs.
Fonte: https://www.elpais.com.uy/cultural/amar-odiar-murakami-ese-dilema.html?utm_source=news-elpais&utm_medium=email&utm_term=Amar%20u%20odiar%20a%20Murakami,%20ese%20es%20el%20dilema&utm_content=30012022&utm_campaign=Cultural
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