Artículo Raquel C. Pico*
Robert Waldinger es el actual director del Estudio Harvard de Desarrollo en Adultos, una investigación que lleva prácticamente un siglo en marcha y que sigue a sus sujetos durante toda su vida. El objetivo final es comprender qué hace que unas personas sean felices y otras no. No es tan fácil como parece: el concepto de felicidad (y su valor) ha mutado con el paso de los años.
Habla un castellano pausado y, al otro lado de la pantalla –desde donde se enfrenta a una entrevista en grupo con varios medios, entre ellos Ethic–, responde a las preguntas con sosiego y precisión. Bromea con que la experiencia le sirve para practicar el idioma. La traductora que le ha puesto la editorial le ayuda con alguna palabra suelta y le traduce las preguntas que le vamos haciendo turno a turno. Nos habían pedido que fuésemos claras y hablásemos despacio, pero todo indica que no lo hemos logrado. Con todo, Robert Waldinger trasmite paz y calma, y en cierto modo no sorprende: acaba de publicar Una buena vida (Planeta).
En el cóctel para encontrar esa felicidad, la infancia es la primera etapa de aprendizaje
El ensayo, del que es co-autor junto con Marc Schulz, transmite qué es lo que ha descubierto el Estudio Harvard de Desarrollo en Adultos, una larga investigación –sus orígenes se remontan en los años a la Gran Depresión– sobre la felicidad humana. Sus expertos llevan siguiendo desde hace ya más de 80 años a las mismas personas (la participación ha pasado de padres a hijos) y ahora Waldinger, que es el director actual del estudio, desentraña ante la prensa los secretos que han encontrado.
Pero ¿estamos más obsesionados ahora con la felicidad de lo que se estaba hace 80 años cuando empezó el estudio o el hecho de que exista este estudio con una duración tan larga nos demuestra que en realidad esta preocupación por la felicidad es tan antigua casi como como la vida?
«La felicidad significa cosas diferentes para generaciones distintas. Por ejemplo, para la primera generación de nuestro estudio –que es la de la Segunda Guerra Mundial– está relacionada el sentido de la vida, con cómo puedo vivir una vida buena. Ahora pensamos más en la felicidad, digamos, hedonística; tener fiestas magníficas vacaciones de lujo y todo esto. Hay imágenes en las redes sociales de esa vida de hedonismo y los jóvenes las valoran mucho. Creen que esto es lo que es importante en la vida, porque estas imágenes están por todas partes. Era muy distinto en la generación de la Segunda Guerra Mundial, cuando se preocupaban más por vivir con un propósito claro. Muchos hoy quieren vivir vidas con propósito, pero este énfasis en la cultura popular es algo distinto».
Puede que a lo que aspiramos haya cambiado, pero los efectos de la felicidad siguen siendo importantes. Por ejemplo, felicidad y salud están profundamente conectadas. «Sabemos que es una relación bidireccional, que la salud predice que uno va a ser más feliz y al revés, que la felicidad ayuda a mantener la salud física. Las dos están conectadas», nos explica el experto. Al fin y al cabo, no es solo que «cuando estamos felices tenemos la energía de mantener la salud», sino que, por el contrario, «cuando estamos enfermos, tenemos menos energía para conectar con otras personas, para hacer las cosas que nos hacen felices».
Los ingredientes de la felicidad
En el cóctel para encontrar esa felicidad, la infancia es la primera etapa de aprendizaje. Nuestra familia es «un modelo de vivir», explica Waldinger. «La familia nos enseña cómo ser amigo, cómo ser pareja, y es muy importante, pero también podemos aprender otros modos de relacionarnos con los demás como adultos», indica. «Estos modelos originales son muy poderosos, pero podemos cambiar nuestras expectativas de relaciones», puntualiza. En Una buena vida, Waldinger y Schulz lo transmiten con el ejemplo de las historias vividas. No necesariamente las experiencias de infancia marcan de forma irrevocable el destino: se puede cambiar de rumbo y aprender nuevos modelos.
Waldinger: «Hay factores genéticos que son muy importantes para nuestro bienestar emocional»
El cómo somos a un nivel esencial también impacta en este cómputo de nuestro bienestar emocional. «Hay factores genéticos que son muy importantes», responde Waldinger, y recuerda el trabajo de Sonia Lyubomisky: «Ella estima que el 50% de nuestra felicidad tiene que ver con el temperamento y los factores genéticos, otro 10% con las circunstancias inmediatas de la vida en las que nos encontramos y el otro 40% es aquello en lo que podemos influir. Y es mucho, pero no es todo».
Cualquiera puede identificar cuáles son esas circunstancias que marcan nuestra felicidad para mal en estos inicios del siglo XXI. El mundo va demasiado rápido y todo cambia de manera acelerada: nos cuesta mantener el ritmo de los tiempos. Y, sin embargo, esto era algo de lo que ya se quejaban también quienes respondían a aquellas primeras encuestas en los años cuarenta. ¿Nada nuevo bajo el sol o ahora son estos elementos algo peor porque todo va mucho más rápido? «Sí, todo cambia mucho más rápido», apunta el experto, «lo hace la tecnología más que nada y existen dificultades para aprender a usarla».
«Hay grupos amplios en la sociedad que se sienten fuera de la cultura, porque no saben cómo usar la tecnología. En Estados Unidos, por ejemplo, hay mucha gente que, por esto, se siente que forma parte de un grupo separado. Es peligroso», señala. Si estás fuera, ni participas en la sociedad ni lo haces en la política. «Internet y las redes sociales nos dividen. Vivimos en nuestras burbujas y nunca encontramos otros puntos de vista. Esto es peligroso», indica.
«Por eso, el aislamiento social es mucho más común y el sentido del mundo como un lugar peligroso está aumentando. Hay datos que dicen que actualmente el mundo no es tan peligroso como antes, pero lo experimentamos como tal». Pero existe un antídoto: «Mantener la curiosidad ante otros puntos de vista».
Trabajos de mantenimiento
La tecnología ha cambiado cómo nos relacionamos, desplazándonos a esos mundos virtuales. Esta entrevista es casi un ejemplo. «Estamos conectados vía Zoom, lo que es mejor que no conectar», concede Waldinger, que sin embargo también recuerda que hay cuestiones, como las emociones, sobre las que todavía no se sabe muy bien qué ocurre con ellas en internet.
Waldinger: «Existen grandes ventajas en la conexión por internet, pero es muy difícil prestarnos la misma atención que en un encuentro en persona»
Es una cuestión compleja y llena de matices. La pandemia nos ha enseñado que esa conexión cara a cara es importante, «pero también conectarse online es una ventaja más», apunta el experto en felicidad, porque abre ventanas para la conversación a personas que lo necesitan y no la tendrían, quizás, de otra manera. «Existen grandes ventajas en la conexión por internet, pero es muy difícil prestarnos la misma atención. También vemos que podemos sentarnos juntos en un restaurante y terminar todos mirando nuestras pantallas, no hablando y mirándonos los unos a los otros», indica. «Otro problema es que el software está creado para capturar nuestra atención, lo que hace muy difícil dejarlas», alerta. Y eso sí es «un problema grave» que debemos corregir.
Por supuesto, la forma en que nos conectamos en el siglo XXI no es el único reto. Igualmente, las condiciones laborales contemporáneas son un lastre. Uno de los capítulos de Una buena vida habla de la importancia de nuestro trabajo en el cómputo final de nuestra felicidad, pero ¿cómo podemos ser felices si parecemos abocados a la precariedad?
«Las investigaciones de varias escuelas de negocios de Estados Unidos muestran que quienes tienen amigos en el trabajo son la gente más feliz, pero también la más productiva. En definitiva, son mejores trabajadores», responde Waldinger, recordando que la rotación de personal es más baja en estas condiciones. Una encuesta de Gallup preguntó a los trabajadores estadounidenses si tenían un mejor amigo en horario laboral. «Solo el 30% dijo que lo tenían, pero este porcentaje era más feliz, trabajaba mejor y era mejor con los clientes», indica. «Es posible demostrar a los líderes que es mejor crear una cultura que use los valores y las conexiones personales», apunta el experto en felicidad.
Al trabajo y al contexto, se suma el paso del tiempo. Asumimos que, cuando cumplimos ciertos años, se va a producir una suerte de desescalada de la felicidad. Sin embargo, las investigaciones del Estudio de Harvard demuestran que nunca es tarde para cambiar el rumbo de nuestras vidas e ir a por lo que nos haga felices, pero también que esas fases de la vida que tradicionalmente se veían como una especie de fronteras para haber logrado cosas son irrelevantes.
«La crisis de la mediana edad es un mito. La mayoría de gente no tiene una crisis», concluye Waldinger. «Por ejemplo, hay reevaluaciones de cada persona, pero crisis no, no son tan comunes como creíamos. Hay muchos mitos de lo que debe ocurrir. Ahora hay mucha más variación en los senderos de la vida», recuerda. «Estamos encontrando senderos más variables en la segunda generación de nuestro estudio que en la primera, que es la de la Segunda Guerra Mundial. Creo que esta apertura es una cosa muy buena para muchas personas, porque esta idea de una vida estereotípica no existe exactamente», señala.
Y así, desgranando los puntos débiles y las fortalezas de lo que nos hace más o menos felices, llega el final de la entrevista colectiva. Waldinger seguirá hablando todo ese día con los medios, antes de volver al trabajo. Porque, por muchas décadas que acumule, el Estudio de Harvard está lejos de ser finalizado: sus investigadores siguen recopilando cuestionarios y haciendo entrevistas con sujetos.
Los años marcan, eso sí, los datos que recogen y las lecciones interesantes que pueden extraer. Ahora, nos cuenta el director del estudio, les interesan mucho las experiencias durante la pandemia y el uso de redes sociales. «La revolución digital es el desafío más grande en esta generación, y vamos a estudiar esta revolución y su impacto en nuestros participantes», apunta.
*Escritora e xornalista
Fonte: https://ethic.es/2023/04/entrevista-robert-waldinger-felicidad/
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