Echavarren no cree en cuentos chinos, y explica a Confucio y Hsun Tzu, entre otros
Roberto Echavarren (Montevideo, Uruguay, 1944) es un notable académico y hombre de letras. Conocido inicialmente como poeta,
excelente poeta, su obra se extendió al ensayo y a la novela mientras
ejercía la docencia universitaria en Estados Unidos, en Europa y, en los
últimos años en Argentina y Uruguay
El intelectual uruguayo
Roberto Echavarren publica en España un libro abierto, para un público
amplio, sobre la actualidad de Confucio, Chuang Tse, Mozi y Hsun Tzu.
darío jaramillo
desde Bogotá
domingo, 24 abril 2022 02:20
Roberto Echavarren
Su último libro, El pensamiento chino,
obtuvo en 2021 el XVIII premio Amado Alonso de crítica literaria. Acaso
su principal virtud es que no es para iniciados. El lector no necesita
dominar la historia o el pensamiento chino para obtener de la lectura
una claridad que sólo la lucidez puede mostrar. Comienza por diferenciar
el pensamiento clásico chino de sus equivalentes occidentales. “Algunos
pueblos tienen escrituras reveladas. Es el caso de las religiones del
Libro, judaísmo, cristianismo, islam. Aquí las escrituras sagradas
tienen prevalencia sobre cualquier otro discurso y se transforman en
instrumento de control político. Los otros discursos quedan esclavizados
a la palabra del dios expresada en esos libros. Como se decía en la
Edad Media: la filosofía es esclava de la teología, ciencia de dios a
partir del examen de los escritos revelados que fundan la moral y la
legislación (catecismo, derecho canónico, sharia). Estas instituciones
entronizan el poder de sacerdotes, prelados, imanes o intérpretes del
texto sagrado. El pueblo ha de aceptar a estos guías. Así se estructura
la religión dogmática, cuyos jefes defienden cierta idea de ortodoxia”.
Echavarren
usa la palabra ‘religión’ “para estas creencias y prácticas construidas
a partir de un Libro revelado que sienta un credo, dogmas, ortodoxia y
poder para imponerlas”, y reserva la denominación de ‘cultos’ para otros
acercamientos a lo sagrado: “en China no hay discurso de dios. El
cielo, dice Confucio, no habla. No confía en la lengua de los hombres
(…). El culto chino consistía en su parte principal en celebraciones en
memoria de los antepasados (…). Culto implica ruego, aunque el
destinatario no sea sino uno mismo (…). Los chinos no plantearon su
pensamiento sobre bases dogmáticas. Ni revelación, ni metafísica, ni
teología”.
“El I
Ching o Libro de los cambios es el primer libro chino, y no consiste en
escrituras reveladas (…). La atención no se centra en las cosas sino en
su estado transicional (…). El oráculo del I Ching manifiesta, por un
lado, el curso del camino del cielo (tao) y, por el otro, la conducta
correcta de los hombres de acuerdo a ese camino”.
La explicación del pensamiento chino la hace Echavarren en orden cronológico a través de cuatro personajes, Confucio, Chuang Tse, Mozi y Hsun Tzu.
Un trasmisor
A
Confucio (551-479 a.C.) lo define Echavarren como “un ser desenvuelto
que se vuelve entrañable tanto por sus dichos como por su conducta”. Así
se presentaba el propio Confucio: “Soy un trasmisor, no un creador, soy
uno que cree en los antiguos y gusta de ellos. Como no tenía empleo del
gobierno me dediqué a las artes”. Y así definía al hombre ideal: “lo
que busca el hombre superior se halla en él mismo, lo que busca el
hombre vulgar se encuentra en los demás”. Para Confucio, “las virtudes
son la benevolencia, sabiduría, sinceridad, sencillez, valentía,
firmeza. Han de combinarse con el estudio para resultar cabales (…).
Enseñaba cuatro asuntos: literatura, conducta, fidelidad y veracidad” y
consideraba que “las artes no son mero adorno, sino la pieza
indispensable para el desarrollo ético” . Y confería un valor
principalísimo a la etiqueta, a los ritos: “los ritos definen una
especie de derecho constitucional, un instrumento para moderar los
abusos, para contener a los gobernantes dentro de un proceder moderado y
justo. A la violencia y a los castigos, Confucio contrapone los ritos”.
La centralidad de esos ritos
Enfatiza
Confucio: “de acuerdo a lo que he oído, de todas las cosas que
conciernen a la vida de los hombres, los ritos son lo más importante.
Sin ellos no habría manera de regular los servicios prestados a los
espíritus del cielo y de la tierra. Sin ritos serían imposible
determinar las posiciones de padre e hijo, de alto y bajo, de viejo y
joven; sin ellos no habría modo de mantener el decoro de las relaciones
íntimas entre hombre y mujer, padre e hijo, hermano mayor y hermano
menor; de guiar el intercambio entre familias en el matrimonio, y de la
frecuencia o infrecuencia del trato recíproco. Estos son los motivos por
los que los hombres superiores han honrado y reverenciado los ritos
(…). A través de los ritos (reglas de etiqueta) se establece el
carácter”. Y dice: “de todas las cosas a las cuales los hombres deben la
vida, los ritos son lo más importante”.
Confucio y el cielo
Por
otra parte, “el cielo no es un dios personal (…) El cielo no habla. No
hay palabra divina. El cielo es una manera de nombrar la medida
inmanente en los procesos, su ritmo, incremento y disminución (…). Quien
concede felicidad y larga vida no es el cielo. Son los ancestros que
regresan con la figura de sus representantes al banquete de los vivos. A
ellos les hace ofrendas. Los ancestros comen y beben igual que los
vivos. Están vivos; de otro modo no podrían bendecir a su progenie (…).
¿Qué tipo de sujeto es el cielo? ¿O no es sujeto en absoluto? Reglamenta
el día y la noche, secuencia las estaciones. Es una noción que abarca
la naturaleza en su conjunto y se aparta de los dioses dinásticos o de
clan. No se trata en rigor de un dios, sino de un proceso. No es
antropomorfo. Tampoco trasciende su creación. El cielo es una medida, un
máximo, un mínimo, la sucesión regulada de los cambios. Se expresa en
los ciclos de la naturaleza. Por esta razón no hay que malgastar
esfuerzos en decisiones equivocadas. El camino del cielo (el tao) es un
proceso que se expresa en la naturaleza y debe ser seguido por los
hombres y las acciones humanas. ¿Cómo se conoce el mandato del cielo? A
través de la adivinación que penetra a la vez el fuero interno y el
externo”. Una cosa sí está clara: “las calamidades de la gente no las
envía el cielo. Los responsables son los hombres”.
Los ancestros
Según
Echavarren, en plan de intérprete de Confucio, “la alianza entre vivos y
muertos se renovaba periódicamente. Los ancestros seguían viviendo en
tanto espíritus. Los hijos no los olvidaban, compartían la comida,
retribuían con grano y alcohol el alimento que habían recibido en la
infancia. Los antepasados respondían al llamado, acudían y bendecían. No
es cielo el que concede larga vida, son los ancestros”.
La educación
Como
maestro, Confucio fue un innovador: “antes de él, las materias de
estudio se enseñaban separadas: equitación, ritos, música, tiro al arco,
manejo de carros, composición, aritmética y letras en la carrera de
estudios para funcionarios”. Pero, ante todo, es necesario dominar las
pasiones. Dijo Confucio: “el cultivo de la persona depende de la
rectificación de la mente. Si un hombre está bajo la influencia de la
cólera, su conducta no será correcta. Igual será el caso si está bajo la
influencia del terror, o del deseo, o la tristeza o la angustia. Cuando
la mente está obnubilada, miramos y no vemos, oímos y no entendemos,
comemos y no sentimos el gusto de lo que comemos. El cultivo de una
persona depende de la rectificación de la mente”. Por eso es necesario
conciencia de sí mismo: “diariamente examino tres puntos diferentes de
mí mismo: veo si he sido desleal al negociar con otros, veo si he sido
insincero en las relaciones con mis amigos y veo si he aprendido lo que
mi maestro me trasmite”.
El gobierno
Confucio
señaló las cuatro cosas que se deben contrarrestar: “dictar sentencias
de muerte contra unos súbditos a los que no se ha instruido es crueldad;
exigir sin previo aviso que presenten su trabajo terminado es opresión;
dar órdenes sin urgencia y luego exigir el cumplimento cuando vence el
plazo es un insulto; ser avaro cuando hay que dar algo a los demás
equivale a actuar como un simple contable, no como alguien que ocupa un
puesto en el gobierno”.
Chuang Tse
El
segundo pensador chino que estudia Echavarren es Chuang Tse, que vivió
en torno a los siglos IV y III a.C. Pensaba que “el único honor consiste
en ser fiel a sí mismo”. Por ejemplo, los ermitaños de la montaña “son
seres mágicos. Libres de las necesidades comunes. No se nutren de
cualquier alimento sino (que) aspiran el aire, beben el rocío, montan
sobre nubes y cabalgan sobre dragones voladores (…). La vigilia para él
es parte de un gran sueño del que no logramos despertar”. Y “no busca
poder sobre los otros. No busca la fama. De este modo, nada le afecta”. A
diferencia de lo dicho por Confucio, “descuida los tiros, sólo
relevantes para entretener a la muchedumbre (…). Los hombres deben
olvidarse unos de otros y atender el tao dentro de sí (…). Chuang Tse
abraza la vida solitaria del chamán. Se divorcia de las instituciones y
de la vida en común entre los hombres (…). Borra cualquier vestigio del
yo afincado en las cosas mundanas, en la lengua, en la literalidad y en
la identidad”.
En
cierto momento declara: “estaba sentado en un diván, suspiraba mirando
al cielo, estaba disociado, en éxtasis, como si hubiera perdido al
compañero, al cuerpo. En ese momento he perdido mi yo”. Y añade: “no
oigas con los oídos, oye con el espíritu (…). La felicidad reposa en la
quietud (…). Yo hace tiempo estoy buscando ser inútil para todo (…).
Quien quiere ganar fama se pierde a sí mismo. No es hombre noble (…). Tu
corazón debe moverse en la simplicidad, tu espíritu unirse a la
soledad; si sigues el curso natural de las cosas y no abrigas egoísmo o
parcialidad alguna, el mundo estará bien gobernado”.
Mozi
“Vivió
entre el 479 y el 372 a.C.”. Cuenta Echavarren de Mozi que “su
pensamiento coloca el criterio de utilidad en el centro” y antagoniza
con el pensamiento de Confucio; por ejemplo, critica “la estricta
observancia de los ritos. El período de luto de tres años observado tras
la pérdida de un pariente cercano, no solamente perjudica la salud del
que lo lleva, piensa Mozi, sino que resulta también nocivo para la
colectividad porque frena la actividad productiva”. Y, en contra de
Confucio, “es un enemigo de las artes”. Mozi “proscribe las artes
decorativas y condena el placer estético. Según él, nada debe hacerse
sólo para agradar la vista o el oído. El placer es gratuito e
innecesario. Lleva al malgasto. Todos los objetos deben cumplir una
función utilitaria”. Tampoco “le interesa hablar de culto a los
antepasado porque el culto a la propia estirpe separa a los hombres en
tribus o clanes”.
Para
Mozi, “el cielo es una entidad que todo lo ve”. Y predica el amor entre
los hombres: “si nadie en el mundo se ama mutuamente, el fuerte vencerá
al débil, los muchos oprimirán a los pocos, los ricos se burlarán de los
pobres, los honorables de los humildes, los astutos engañarán a los
simples. Las calamidades, luchas, reclamos y odios en el mundo surgen
por falta del mutuo amor”. Y contra la guerra: “el asesinato de una
persona es un delito castigado con la pena de muerte. Siguiendo este
argumento, el asesinato de diez personas sería diez veces más delito y
debería condenarse a diez penas de muerte; el asesinato de cien personas
será cien veces más delito y merecería cien penas de muerte. Todos en
el mundo saben que se deberían condenar esas cosas, llamándolas delitos.
Pero cuando llegamos al gran delito de atacar a otros estados, no les
parece que deban condenarlo. Al contrario, lo aplauden (...). ¿Podemos
decir que conocen la diferencia entre lo que es bueno y malo? Por esto
sabemos que los señores del mundo están confundidos acerca de la
diferencia entre bueno y malo”.
Hsun Tzu
Casi
nada se conoce de la vida de Hsun Tzu; se cree que nació alrededor de
312 a.C. Echavarren precisa que es un pensador confuciano, aunque tiene
diferencias con Confucio, pues éste no pensaba que el hombre fuera bueno
ni malo y “Hsun Tzu, en cambio, decidió que el hombre en su condición
natural era malo, feroz, egoísta”. En todo caso, “el principal blanco de
los ataques de Hsun Tzu fue Mozi. Sus doctrinas le repugnaban”. Dijo
que “quien puede distinguir entre las actividades del cielo y las de los
humanos es el mejor tipo de hombre. Por tanto, el hombre superior
aprecia lo que está en su poder y no ambiciona lo que está en poder del
cielo”.
Siguiendo
a Confucio, y enfatizándolo, Hsun Tzu ve la necesidad de los ritos y
ama la música: “la música es la inteligencia del corazón (…). La música
es alegría. La música es el gran árbitro del mundo, la clave de la
armonía central, la vía necesaria para encauzar la emoción humana. La
música es el medio más efectivo de gobernar a los hombres”.
Ah, y
también Hsun Tzu da claves para reconocer los malos tiempos: “los signos
de una época desordenada son los siguientes: los hombres usan ropas de
colores vivos, sus modales son afeminados, sus costumbres lascivas, sus
mentes se concentran sólo en la ganancia, su conducta es errática, su
música depravada y sus artes decorativas viles y chillonas”.
EL PENSAMIENTO CHINO, de Roberto Echavarren. Pre-Textos, 2021. Valencia, 196 págs. No hay versión ebook.
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