Por Eduardo Milán
Creía que el sufrimiento en la tierra estaba en proporción con la felicidad en el más allá, o sea, en la memoria
07/05/2023
No hablo de Pablo. Ni sé de César más que cualquier peruano mortal. Hablo de un
pasaje. No tengo un Libro de los Pasajes aunque me considero —¡ah
viejo!— un benjamín de la escritura. Un caminante alemán a la versura, uno que
busca el punto de vuelta sin volver sino bajar una línea. Lo aprendí de los
tejedores que tocan el arpa en la seda, en el lino y en la lana. Será porque me
interesan los pasajes más que las metas, me importan más las transiciones. Sé
que una revolución es un giro completo, un mareo del desierto allí mismo donde
él —el mar no, el desierto— no se encuentra y no se encuentra. Y pierde como el
mar. Pero pierde hacia lo extenso mientras que él —el mar, no el desierto—
pierde por abajo siempre. ¡Ah “siempre”!, palabra si las hay para la finitud de
la escritura, de la existencia, de la versura. Allí van los bueyes a volver en
la mirada cuando bajan una línea en realidad pues se les acaba el surco. Habría
que surcar, más surcar y menos siempre.
Pero siempre se afirma como una estirpe, se enrosca como una sierpe de Don Luis de Góngora. ¡Ah Lezama quien te amó y quién te lee!. Lo cierto es que Pablo Neruda y César Vallejo se arrepintieron de haber escrito las obras más revulsivas y rebeldes de la poesía latinoamericana de los primeros treinta años, las que se prolongarían en esa infinitud de desierto y mar —uno hacia el fondo y al costado, otro hacia adentro, ninguno que se deje conseguir en la medida— que consienta el palmo a palmo de terreno para aumentar el devenir de la palabra siempre.
Uno se humanizó tanto con Poemas humanos que fundó la “dinastía humana” que gobierna esta poesía de acá y el otro se generalizó tanto, se pluralizó lo que quiso y lo que no en ese Canto general (llanto en realidad porque en ese homenaje a todos los héroes hay más que una cruzada de dolores:
Neruda, tan ateo, fue más creyente que Cristo en que el sufrimiento en la tierra estaba en proporción con la felicidad en el más allá, o sea, en la memoria).
¿Qué tiene la poesía cuando se escribe tan anticipada de todo, con tanta distancia de lo inmediato?
¿Miedo a no ser alcanzada?
¿Pánico a la escena del reconocimiento puntual?
Porque los pequeños escriben para ahorita, ese adverbio mejicano que te pisa el pie.
Fonte: https://www.elpais.com.uy/cultural/neruda-fue-mas-creyente-que-cristo
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