VICTOR CODINA*
¿Es lícito bautizar a los ricos?, ETS, octubre 1974, 16-18
La pregunta es provocadora. Y de algún modo nueva. Pero no es de ningún modo
ociosa.
Toda la problemática del bautismo se ha centrado en estos últimos años en torno a la
edad del bautismo: ¿bautismo de niños o bautismo de adultos? Evidentemente no solo
se discutía un problema cronológico sino un problema teológico y pastoral.
Una conferencia pronunciada por Karl Barth en Suiza en 1943 inició una gran
controversia acerca del bautismo de los niños. Según el teólogo protestante, la praxis del
bautismo de los niños es una grave herida en el seno de la Iglesia. Gracias a ella, la
Iglesia se ha convertido en una iglesia multitudinaria y nacional, una iglesia popular
(Volkskirche), en lugar de ser una iglesia confesante, que conoce el don de Dios y se
compromete libremente por la fe.
Otras voces, del campo protestante, se sumaron a la de Barth: su hijo Markus Barth,
Leenhardt, Kurt Aland... Pero también se alzaron opiniones en contra de Barth,
singularmente las de O. Cullmann, R. Mehl, J. Jeremías, quienes defienden la praxis
eclesial por creerla fundada en la tradición más primitiva de la Iglesia, e incluso en el
Nuevo Testamento.
El problema del bautismo de los niños es uno de estos temas troncales que implican
toda la teología: la noción de fe y de gracia, la teología del pecado original, la evolución
del dogma, la relación praxis y reflexión teológica, la libertad, la imagen de iglesia, los
problemas de la iglesia primitiva, la noción de comunidad, el concepto de sacramento,
el papel de la familia en la fe de los hijos, la posibilidad de fundamentar bíblicamente la
praxis sacramental de la Iglesia, etc. El problema del paidobautismo incluso tiene
implicaciones políticas: siempre que se ha planteado el problema de la separación entre
Iglesia y Estado, se ha discutido el problema del bautismo de los niños. Al Estado
confesional y al Estado unido a la Iglesia no le interesa el planteo de este tema, pues
debilita su unidad nacio nal-católica...
El mundo teológico germánico se ha interesado en este tema, pero preferentemente
desde un ángulo teórico y a veces de controversia católico-protestante. Hoy día junto a
los motivos más teológicos se añaden consideraciones de tipo liberal: el respeto a la
libertad de los niños, que no debe ser condicionada por nada. Fieles a su tradición y a su
talante teórico, los alemanes publican gruesos volúmenes concienzudamente trabajados
y bien fundamentados sobre el tema. El libro dirigido por W. Kasper, Christsein ohne
Entscheidung ode soll die Kirche Kinder Taufen?, publicado en 1970, puede ser un
ejemplo típico.
El área francesa se ha interesado más bien por las dimensiones pastorales del problema.
Dentro de la mentalidad de "Francia país de misión", los pastores se interrogan si es
legítimo continuar bautizando a niños de familias descristianizadas. Han comenzado a
ensayarse experiencias pastorales, que los franceses han calificado con nombres
sonoros: "pastoral du délai", "baptême par étappes"... En algunas diócesis
descristianizadas, p. e. en Arras, se ha ensayado la dilación del bautismo, a la que ha
VÍCTOR CODINA
precedido una catequesis de los padres. El bautismo por etapas o escalonado, defendido
por Boureau y Bonnard, tiende a separar cronológicamente los diversos momentos del
rito bautismal, desde un rito de acogida ("rite d'accueil"), hasta la administración del
bautismo, pasando por la evangelización, catequesis, profesión de fe y petición libre del
bautismo. Últimamente, algunos teólogos han dado al problema una nueva orientación,
enmarcando el tema del bautismo dentro del conjunto más amplio de la iniciación
cristiana, que contiene como momentos sacramentales el bautismo, la confirmación y la
eucaristía. Moingt, por citar tan solo un ejemplo, ha propuesto un nuevo modelo de
iniciación cristiana que parta del rito de acogida del niño y culmine en la confirmación
del adulto.
En Italia y en España, el problema ha sido vivido predominantemente desde el ángulo
pastoral. El pastoralista italiano Grasso admite una dilación para los casos de familias
descristianizadas, pero no para los niños de familias creyentes. También en España, en
algunos lugares (p. e. en Sta. Coloma de Gramenet) se ha iniciado una pastoral de
dilación para instruir y catequizar a los padres que desean bautizar a sus hijos.
Si resumimos todo lo dicho, podríamos afirmar que desde presupuestos teóricos (mundo
germánico) y pastorales (mundo europeo latino) se inicia una corriente que,
tímidamente, pero con claridad va pasando del bautismo precoz al bautismo diferido, y
que evidentemente apunta al bautismo de adultos como modelo ideal, por lo menos para
ciertos ambientes y situaciones culturales del contexto de Europa occidental.
Sin embargo este planteo, aceptable, no parece suficiente. Reducir la problemática del
bautismo (o de la iniciación cristiana, para ser más complexivos) a un problema de
tiempo, de catequesis, de búsqueda de modelos nuevos, de mayor libertad personal,
puede conducir a una cierta miopía. Si no fuera tópico, podríamos decir que este planteo
es un planteo eminentemente burgués: se preocupa del individuo, de la libertad, de la
cultura, de la formación intelectual y catequética del bautizando. Pero olvida las
dimensiones estructurales del problema.
Porque el niño recién nacido, lo mismo que el adulto consciente y bien catequizado,
pertenece a una sociedad concreta, a un estamento social, a un país, a un grupo de
naciones. No es lo mismo ser hijo de unos emigrantes sicilianos o andaluces, que
pertenecer a una familia de banqueros suizos. No es lo mismo ser hijo de un presidente
de veinte consejos de administración que ser hijo de un obrero de una fábrica. No es lo
mismo nacer en un chalet de Pedralbes que nacer en Bellvitge. No es lo mismo ser
analfabeto que poseer varios títulos universitarios. No es lo mismo coger cada día el
metro a las cinco de la mañana, que ir en coche a la oficina a las diez. No es lo mismo
pasar vacaciones en un crucero a Escandinavia que irse al pueblo del que se ha
emigrado. ¿Por qué seguir? Es algo evidente, aunque sea humillante confesarlo.
Todas las cuestiones que sobre el bautismo se han levantado estos años han prescindido
de este problema. Quizás este problema es difícil de comprender desde Alemania o
desde Suiza... Los franceses han sido más sensibles, igual que los españoles. Pero
quizás de un modo insuficiente. Han sido los pastores de ambientes obreros
descristianizados los que se han preguntado, con razón, sobre la legitimidad de
continuar con una praxis que se iba convirtiendo en rutina, folklore, magia, superstición.
De ahí ha surgido la necesidad de entablar un diálogo con los padres de estos ambientes
populares y prepararlos para el bautismo. Esta es una labor sumamente laudatoria. Pero
la pregunta es: los padres de los ambientes ricos, aunque culturalmente conozcan muy
bien el dogma y la moral cristiana, ¿están más preparados que los padres de los barrios
para bautizar a sus hijos? ¿Por qué se da por supuesto que los padres de las zonas
residenciales están más cerca de la comprensión de lo que es el bautismo que los de los
barrios?
Tal vez estemos ahora en situación de comprender la pregunta provocadora de este
artículo: ¿es licito bautizar a los ricos? Esta pregunta trasciende la cuestión del bautismo
precoz o diferido: afecta a los niños y a los adultos, porque introduce un elemento
nuevo, no individual, sino estructural.
Si abrimos la Escritura podemos constatar claramente que existe a lo largo de toda la
historia de Israel y de la Iglesia una preferencia por los pobres y una crítica muy dura de
las riquezas y sus peligros. Es conocida la denuncia de los profetas de Israel contra los
ricos que oprimen al pobre, y todos sabemos que Jesús se inscribe en esta línea
profética. El Nuevo Testamento subraya la dificultad que para la salvación constituyen
las riquezas. Los evangelistas sinópticos nos transmiten, después del pasaje del joven
rico, unas advertencias de Jesús sobre el peligro de las riquezas y sobre la dificultad de
que un rico entre en el reino de los cielos: "Es más fácil que un camello entre por el ojo
de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios" (Lc 18,25; cfr. Mt 19,23-26,
Mc 10,23-27). Esta dificultad de salvación se debe a que las riquezas y su seducción,
ahogan la semilla de la Palabra de Dios (Mc 4,19 y paralelos Mt 13,22, Le 8,14). Según
la carta de Santiago, las riquezas conducen fácilmente a la explotación y a la opresión
(St 2,5-7). Lucas, muy explícito en este tema, llama a las riquezas injustas (Lc 16,9),
condena al rico epulón por el solo hecho de ser rico (Lc 16,19s), porque la riqueza cierra
el corazón y centra la atención del hombre en los proyectos egoístas de "engrandecer
sus graneros", como el rico insensato de la parábola (Lc 12,1621). A las
bienaventuranzas, siguen en Lucas las maldiciones a los ricos, a los que están hartos, a
los que ríen y viven despreocupados de los demás (Lc 6, 2426).
En la evolución actual de la sociedad y de la historia, hoy comprendemos que el ser rico
o el ser pobre no son hechos aislados, sino que están estructuralmente ligados y que son
dependientes. Según la formulación, que se hizo ya famosa, del Obispo de Huesca,
Javier Osés, si hay ricos es porque hay pobres. Es decir, la situación de bienestar supone
actualmente un disfrute opresivo de los bienes de la tierra, ya que hay muchos que no
tienen lo suficiente para vivir como personas. Y lo mismo vale de países ricos, de
continentes ricos, de clases ricas. El rico vive sumergido en una estructura tal, que
fácilmente se deja llevar a aceptarla, reforzarla y mantenerla, con detrimento de los que
padecen sus injustas consecuencias. Vive en un clima profundamente contaminado, en
una situación en la cual el escuchar la palabra y ponerla en obra se hace muy difícil,
porque lo más opuesto a las exigencias de la Palabra es el egoísmo. El rico se halla
sumergido en una estructura que es opuesta al reino. Si el reino es compartir fraternidad
entre todos los hombres, las riquezas poseídas en abundancia dificultan vivir estos
valores.
Teológicamente, podemos hablar de estructuras de pecado y de injusticia, de
encarnaciones y cristalizaciones del pecado del hombre, que fácilmente arrastran al
pecado. Y la teología contemporánea ve en este pecado del mundo la formulación más
profunda y a la vez más bíblica del pecado original. También aquí la teología tiene el
gran peligro de pensar demasiado abstractamente. Los teólogos de Latinoamérica,
continente pobre y oprimido, afirman que el pecado original para los europeos es
concretamente que toda su riqueza, su cultura, su poder está construido con la sangre de
los negros y de los indios, con las rapiñas de los colonizadores y con las injusticias de
siglos de explotación de los países del llamado tercer mundo. Y no olvidemos que estos
países ricos y colonizadores son los tradicionalmente llamados "países cristianos".
Ahora podemos ver toda la gravedad de la cuestión: por el bautismo, se entra a formar
parte de la Iglesia de Jesús, se incorpora el bautizando al misterio pascual de la muerte y
resurrección de Jesús, se recibe el Espíritu de filiación y se remite el pecado, el original
y los personales, si los hay. Pero concretamente cuando el bautizando pertenece a una
familia, a una clase, a una región o a un continente rico, existe el gravísimo riesgo de
que el bautismo, en lugar de hacer pasar de la muerte a la vida, bendiga y sacralice una
situación estructural injusta.
Respondiendo a Karl Barth, podríamos decir que la grave herida para la Iglesia no es
tanto el haber admitido a niños al bautismo, sino el que estos niños (lo mismo que
muchos adultos) pertenezcan a las familias opresoras de la humanidad, y a los países
opresores de los pobres. Éste es el gran escándalo, éste el gran contrasigno de la Iglesia.
El sacramento, que debería remitir el pecado, parece bendecir los pecados de los
individuos y de las sociedades... Al lado de esto, el escándalo de que la Iglesia haya
abrazado a gente poco formada, poco culta, poco catequizada, es mínimo. Porque esta
gente suele ser muchas veces la más pobre y la más miserable. Si la Iglesia ha de ser
una iglesia confesante, es preferible la confesión veterotestamentaria, de muchos
marginados, a la confesión verbalmente ortodoxa de los escribas, fariseos, ricos y
poderosos de hoy...
La pregunta inicial se hace ahora más urgente: ¿es realmente lícito bautizar a los ricos?
Esta pregunta reproduce la que los evangelistas ponen en boca de los que escucharon las
palabras de Jesús sobre los peligros de las riquezas: "Pues, ¿quién se podrá salvar?" (Lc
18,26 y paralelos). Y recuerda el comentario de Clemente de Alejandría al tema de la
salvación del rico. Más recientemente, el obispo de Ivrea, Luigi Bettazzi, ha escrito una
pastoral sobre ¿Evangelizar a los ricos? (L'església entre els homes, Saurí, Montserrat
1974, p 41-66).
Evidentemente, "Lo imposible para los hombres, es posible para Dios" (Lc 18,27). La
salvación de los ricos, su evangelización, su bautizo pertenecen al orden de la gracia de
Dios, que es capaz de convertir y de cambiar el corazón. Jesús entró en casa de Zaqueo,
y con él llegó la salvación a aquella casa (Lc 19,9). Pero en Zaqueo hubo una
conversión: "Daré la mitad de mis bienes a los pobres y si en algo defraudé a alguien, le
devolveré el cuádruplo" (Lc 19,8). Y los sumarios de los Hechos de los Apóstoles nos
muestran que el fruto de la conversión pascual y de la comunidad realmente cristiana es
la participación y la disponibilidad total, incluso económica, movida por el amor
evangélico que Jesús inauguró (Hechos 2,42-47; 4,32-35).
Es posible evangelizar y bautizar al rico. Con tal que se opere una radical conversión,
una metanoia, un cambio de corazón, de actitud, de mentalidad. "La evangelización del
rico -dice Bettazzies- hoy más que nunca una invitación a la conversión, porque él, más
que los demás, está envuelto en la seducción de los bienes terrenos, está más tentado
que los demás a subordinar el trabajo y la persona de los demás a su propio lucro".
Supone persuadirle que el pecado original, es decir, la estructura de pecado que nos
rodea, debe ser objeto continuo de lucha del cristiano, y que el bautismo nos da fuerzas
para ello, siguiendo a Jesús muerto y resucitado. Sin esta conversión y sin esta lucha
continua, el bautismo se degrada a algo mágico y folklórico, y produce a la Iglesia una
herida realmente grave.
Sólo en estas condiciones es licito el bautismo de los ricos. Y por tanto el bautismo de
los ricos (niños o adultos) supone algo más que una catequesis doctrinal. Supone, para
utilizar términos de la misma liturgia bautismal, un exorcismo. Hemos de dar al
exorcismo su profundo sentido cristiano, desmitificándolo de todas las adherencias
culturales del pasado. Significaría pedir al Señor que libere del egoísmo, toda
connivencia con estructuras económicas capitalísticas, de toda opresión, de toda
mentalidad explotadora, del consumismo y de las nuevas formas de esclavizar a
nuestros hermanos. Solo el poder de Dios y la fuerza del Espíritu de Jesús es capaz de
liberarnos de este género de demonios...
Sólo bajo estas condiciones y después de estos exorcismos el rico puede ser admitido a
la Iglesia. Y solo así se podrá evangelizar a los pobres, cuya mayor dificultad reside en
ver que el nombre de Jesús es tomado en vano por aquellos que les explotan...
Quizás ésta sea la aportación de la teología de los países pobres a los teólogos de los
países ricos: recordarles que además de la dilación, no se olviden el exorcismo. Quizás
esto es muy difícil de comprender desde Suiza. Pero desde el tercer mundo es muy fácil.
Hasta los analfabetos lo comprenden..
*Víctor Codina, nascido na Espanha, é sacerdote jesuíta e teólogo latino-americano. Licenciado em Filosofia e Letras pela Universidade de Barcelona, em Teologia pela Universidade de Innsbruck, e doutor em Teologia pela Universidade Gregoriana de Roma.
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