Así nos abre Jesús Mauleón el prólogo de su libro Confinada voz (Poemas en pandemia): “No sé si he escrito el mejor libro de versos de mi vida o el menos malo. Sí ha sido, posiblemente, el más medicinal. La medicina no es un concepto necesariamente ligado a la estética. Pero tampoco está reñido con ella. Estos versos nacieron, y en buena parte me sorprendieron, en una residencia de viejos y en plena pandemia. Confieso que en la confusión y el desconcierto de la primera ola no me sentí capaz de escribir una palabra. La larga encerrona en nuestras habitaciones, con la muerte sobre nuestras cabezas, el desconocimiento de la enfermedad por parte de los propios sanitarios, las noticias de los compañeros muertos o de los hospitalizados -algunos entre la vida y la muerte- me incapacitaban para cualquier iniciativa creativa. Yo mismo tuve seguimiento médico por un brote leve, con síntomas inequívocos de la enfermedad, que afortunadamente desaparecieron en tres días…”
Del medio centenar de poemas que podemos disfrutar en “Confinada voz”, presentamos en el post de hoy tres de ellos, presididos por un hermoso pensamiento que nos ofrece Juan Ramón Corpas como síntesis final de la meritoria obra del poeta navarro: “La
biografía de un poeta, escribió Octavio Paz, está en sus versos. En
este libro, por tanto, hay mucho de Mauleón. O acaso está todo Mauleón,
ya que el creador es, en cierto sentido, su obra. Poesía mayúscula de un
poeta mayor.”
CORONA DE ESPINAS
El caos reinante en la población amenazada y el número creciente de fallecidos mayores, especialmente en los primeros meses de la pandemia, movilizan a Mauleón a evocar el espanto de la guerra civil española que, aunque solo vivió de recién nacido y primeros años de hambre y desconcierto, le obligaron a identificar coronavirus con corona de espinas, que “se clavan envenenadas / en la vida que elije y que condena”. Cada poema suele cerrarse con una sentida plegaria. En los presentes versos, inspirándose en los cuatro jinetes del apocalipsis y centenarias plegarias (Ap 6,17), evoca la peste, la guerra, el hambre, la muerte…
NACÍ EN EL TREINTA Y SEIS
Nací en el treinta y seis bajo los tiros
de una guerra cruel, que Dios confunda,
de hermanos contra hermanos.
No alcanzo a recordarme
apretado temblando a los pechos de mi madre
bajo rayos del odio y de la ira.
Avanzando en la edad, reconciliado
con el sangriento horror que aterró a mis mayores,
llegué a la senectud y me dispongo
a morir en la paz y resignado.
Pero otra guerra atroz cruza de muerte
los vientos desatados del planeta,
sin bombas ni cañones, con sus armas mortales invisibles.
No destruye ciudades
ni sus casas, sus templos, sus escuelas,
pero ataca feroz
a millones de seres aterrados.
Digo coronavirus y es corona
de espinas que se clava envenenada
en la vida que elige y que condena.
Dios del Amor, deja morir en paz a quienes fueron
hijos involuntarios de una guerra.
Deja morir en paz
a quienes jamás tuvieron
un arma de matar entre sus manos.
Deja morir en paz
a los hijos honrados de una patria
que vivieron en pie y en pie pusieron
sus campos y sus fábricas.
Otra guerra mortal sigue matando
a los más olvidados de tus hijos del mundo
con las armas del hambre y la miseria,
bajo la indiferencia
de quienes tapan sus ojos con el velo
del bienestar creciente en exclusiva.
Déjanos hoy clamar con las generaciones
que asustadas clamaron en sus templos
su pavor por los siglos de los siglos:
A peste, fame et bello,
de la peste, del hambre y de la guerra,
Libera nos, Domine.
VACUNA MILAGROSA
Arranca el poema de la expectativa generalizada de recibir la vacuna milagrosa que nos va a salvar (¿también nos salvará de la muerte?). Tierna descripción de la fragilidad humana: “Aplastados los hombros / del fardo de la edad, / humildes y arqueadas las espaldas, / tenemos ya nuestro pasaje a punto / para encontrarlos donde ya no hay llanto…” En el tiempo de diálogo con el Padre, descubrimos la humildísima entrega de Jesús Mauleón a la divinidad: “Anciano y tembloroso / me abrazo a ti, / me agarro a tu palabra, a tu vacuna / que inmuniza del tiempo y de la nada / y garantiza la salud eterna.”
POR FIN
Por fin nos inyectaron la vacuna
contra el miedo a la muerte.
No es la definitiva. ¿Hay algo
definitivo para no morir?
Muy pronto llegará el respiro
del segundo pinchazo
y ya la ciencia nos dará patente
de nuestra inmunidad a última prueba.
Pero, ay, somos en esta casa
de la tercera o de la quinta edad. Muchos cayeron
antes del tiempo, y los evocamos
como se evocan los muertos de una guerra asesina.
Mas no por muchas lunas
llevaremos su muerte en la memoria.
Aplastados los hombros
del fardo de la edad,
humildes y arqueadas las espaldas,
tenemos ya nuestro pasaje a punto
para encontrarlos donde ya no hay llanto.
Porque la inmunidad a nuestros años
es flor de un breve día, vuelo
de un ave herida, con plomo en las alas,
y en nuestro vuelo la vacuna es sólo
piadosa tregua de la medicina
para antes de morir.
Por eso, Padre nuestro, mío,
que sigues en los cielos y en la Vida
de siempre y para siempre,
acudo a ti. Anciano y tembloroso
me abrazo a ti,
me agarro a tu palabra, a tu vacuna
que inmuniza del tiempo y de la nada
y garantiza la salud eterna.
(15 de enero de 2021)
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FÁCIL LLEGADA DE LOS VERSOS
Reflexiona el poeta: “Si
tengo la palabra / con un poco de fuego, estaré vivo… / Si llego a la
mudez, o mi palabra / se vuelve torpe o vulgar… / seguiré siendo humano,
pero en un cielo oscuro…” Se transforma el poeta en guitarra o arpa, que hace vibrar “la más sensible, oculta, pero viva / de las cuerdas del alma.” En la presentación de “Confinada voz” nos sorprende el poeta de Arróniz con una confesión muy íntima: “El
poder curativo o paliativo de la poesía se me ha revelado de una manera
sorprendente. Durante la larga, obligada soledad de la cuarentena, el
tiempo se me hacía como nunca corto y feliz en la fácil llegada de los
versos. Y, sin milagro alguno, en la pronta llegada de Dios que, a la
llamada de este pobre creyente, asoma su presencia y su misterio en no
pocos poemas de esta entrega.”
NO SOY EL HOMBRE DE LOS TREINTA AÑOS
No soy el hombre de los treinta años, pero aún
amigo la palabra,
ese asombroso don que le diste al humano
y ese pequeño plus, maravilla encendida,
que le das al poeta.
Si tengo la palabra
con un poco de fuego, estaré vivo.
Si llego a la mudez o mi palabra
se vuelve torpe o vulgar o se me apaga dentro
y sólo sé decir “hola”, “sí”, “gracias”,
“buenos días”, “adiós”, “hoy hace frío”,
seguiré siendo humano, pero en un cielo oscuro,
de mí desposeído,
vagando por mi noche como estrella apagada.
Mientras tanto, mi Dios, me agarro a cada sílaba,
la miro, la acaricio.
Y alguna vez, y por sorpresa,
hago vibrar con ella
la más sensible, oculta, pero viva
de las cuerdas del alma.
Gracias, Señor. Por la palabra
soy músico, escultor, pintor y parte
de una danza sagrada que a lo eterno se eleva.
Si la palabra se me viste
de belleza y verdad,
será el ensayo humilde para entrever el cielo
de tu verdad y tu belleza eterna.
* Psicólogo clínico, teólogo y profesor de religión en Instituto durante 35 años, Nicolás de la Carrera ha publicado versos suyos en Aula de plata, Verbo Divino 1992. Y ha comentado poemas de otros autores en diversas publicaciones: El Dios de Miguel Hernández, Verbo Divino 1995, Amor y erotismo del Cantar de los cantares, Nueva Utopía 1997, y Buscando a Dios entre las luces, BAC 2000
Fonte: https://www.religiondigital.org/nido_de_poesia/Ultimo-poemario-Jesus-Mauleon-pandemia_7_2467623239.html?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=nigeria_exportara_sacerdotes_a_la_diocesis_de_zamora&utm_term=2022-07-13
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