El Expoli. EL Greco
EL hombre moderno, ante su soledad, buscando el sentido se su vida se pregunta qué hizo Jesús para ser amado, a través del tiempo, eternamente
La tarea de la Iglesia hoy es dar respuesta a esta pregunta
El hombre moderno,
sin certezas y sin creencias, se siente desprotegido porque tiene la
sensación de estar viviendo una comedia sin desenlace y porque desconfía
que la vida no tenga sentido. Ante esta situación se pregunta ¿quién
fue Jesús, qué habrá hecho para que hasta el día de hoy haya habido
tanta gente que le haya amado y haya dado la vida por él y por los otros
por imitarle a él, cómo entendió su vida, dónde está la fuerza de su
persona y su originalidad, por qué, a pesar de que las ideologías y las
religiones están sumidas en una profunda crisis, hay tanta gente que
sigue afecta a su persona y a su mensaje? La tarea de la Iglesia hoy es
dar respuesta a esta pregunta.
Querer domesticar la Palabra de Dios
es cosa de todos los días, para que no nos pregunten ni nos
preguntemos, para que no nos cuestionen ni nos cuestionemos. Así los
sueños se conviertan en ensoñamientos.
El lenguaje
es histórico y, por lo tanto, contingente, aunque su contenido revelado
no lo sea. La tarea de los teólogos es traducir la realidad cotidiana
al lenguaje evangélico para que no parezca como un mero documento de una
época pasada. Adaptar el lenguaje no es traicionar el mensaje sino
utilizar los medios apropiados y propicios para que el mensaje llegue a
la gente de hoy.
Cristo y su mensaje
son inmortales pero los sistemas, las traducciones, las maneras de
hablar de ellos son efímeras. Es ridículo ignorar el zarpado el tiempo
en todo, también en la Iglesia. El Cristo tuvo su dónde, estancia que
contiene lo que toca la esencia del hombre, su proximidad y su patria,
en donde el hombre se siente y mora consigo mismo; y su cuándo, momento
del tiempo, agitado por lo que pasaba su alrededor, por las fiestas y
los acontecimientos que conmovían a la familia y a la comunidad;
atrapado en sus sueños y tocado por sus fracasos, por su identidad
político-ideológica, por la historia.
La teología y los sermones
han sido, en muchos casos y durante mucho tiempo, un ruido desgarrador
que no armonizaban con nada de lo que pensaba y hacía la gente. Muchos
son tan ostentosamente vacuos que no se dan cuenta que pasan la vida
enterrados en imaginaciones rancias que les dispensan de mirar de frente
el mundo en que les ha tocado vivir.
Una predicación
bien hecha necesita saber de qué se habla y a quien se habla. Aquella
religión positiva de dogmas, ritos, y reglas que debía de ser aceptada
porque lo decía el sacerdote, los teólogos porque lo decía Santo Tomás,
se acabó, aunque, en el fondo, mucho de aquello sea aceptado, pero no
por los argumentos de autoridad sino porque contenían mucho de
evangelio. Esa exageración de la maldad de
los hombres, la pansexualidad del pecado y de los malos pensamientos, el
miedo al dios violento y al infierno como casi única motivación del
miedo al pecado, les ha hecho olvidar el amor a la vida y la
misericordia infinita de Dios para convertir la vida en una desgracia
sin esperanza. Muchos teólogos han tomado siempre sus intuiciones e
imaginación por hechos.
Hasta los años setenta/ochenta
del siglo pasado, todas las tesis de teología y de filosofía tenían un
apartado titulado: adversarios o enemigos. Las posibilidades de
discrepar de las opiniones de los profesores eran absolutamente nulas.
Estaba completamente prohibido leer algo que no estuviera aconsejado
por los prefectos de disciplina o al padre espiritual que, en muchos
casos, no leían más que libros piadosos que nada tenían que ver con las
publicaciones del momento. En los seminarios no se podían leer los
autores que han configurado la modernidad, porque estaban en el Index de
libros prohibidos. Los sacerdotes de la época salían sabiendo mucha teología, pero sin capacidad
de poder adaptar la predicación a las mentes de hoy. Muchos sacerdotes e
instituciones eclesiásticas, en vez de avivar los rescoldos de soplo
divino de las tendencias de hoy, siguen dedicando todo su talento a las
normas, al pecado.
A lo largo de la historia, la
Iglesia, por ver sólo el hecho e ignorar su significado y su
trascendencia, condenó y prohibió enseñar y predicar a miembros del
clero por sus descubrimientos e investigaciones que, con el paso del
tiempo, se convirtieron en verdades del saber común. Todavía hay
teólogos y facultades de teología que están a vueltas con el Paraíso Terrenal
cuando la narración genesíaca es la transmisión de una narración oral
mítica. Si el Paraíso Terrenal no existió, la narración del pecado
original no puede interpretarse tampoco literalmente. Seguramente se
trata del descubrimiento de la libertad que conlleva sus riesgos y es la
fuente original de la posibilidad de que el hombre peque. Aquí radica
la verdadera desgracia y el auténtico peligro
para la Iglesia, el olvido de la sustancia de la esencia del Evangelio,
la sustancia de la teología sin sustancia, “la catástrofe de la
esencia”. Son gentes que confunden la labor del Espíritu Santo con el
orden tradicional de las cosas y todo con el inmovilismo. Al mismo
tiempo, la Iglesia ha fundado universidades y llevado el saber a los
cuatro puntos cardinales del planeta.
Muchas instituciones y personas cristianas
siguen teniendo miedo a los descubrimientos y avances de la ciencia.
“Creer en la divinidad de Jesús no es confesar teóricamente una formula
dogmática elaborada por los concilios, es ir descubriendo de manera
concreta en sus palabras, en sus gestos, en su ternura y en su fuego, el
misterio último de la vida que los creyentes llamamos Dios”, escribió
Pagoda.
La gracia es un soplo de Dios sobre la carne. La doctrina de Jesús es como una anarquía divina;
elige a los tontos para confundir a los sabios, a los débiles para
avergonzar a los fuertes y poderosos. La personalidad de Jesús, un
ciudadano en profunda sintonía con los hombres de su tiempo y conciencia
clara del zarpazo del paso del tiempo, es compleja y rebelde.
Hoy la religión ya no se confunde
con una forma de vida ni con una cultura porque ha adquirido plena
autonomía por eso puede sobrevivir y hacerse fuerte en cualquier cultura
gracias a la inculturación del evangelio. Esta adaptación de la
religión que no del evangelio que sigue siendo el mismo desde siempre en
todas partes, permite a la religión globalizarse. El coste de esto es
que la religión ya no es el fundamento del funcionamiento del mundo y de
la totalidad social mundial sino una realidad reducida a comunidades
nacionales y locales que ayuda a los individuos y a las comunidades y
puede agudizar su conciencia crítica.
La religión ya
no cumple la función de fuerza orgánica y de cohesión de la realidad
social. La religión hoy vive una cierta paradoja entre lo particular y lo universal,
un “singular universal”, un singular que se manifiesta como
representante de lo universal, el resto que se identifica con el todo.
De ahí la teología de la liberación o de la esperanza, la teología
política, cristianos por el socialismo, … El fundamento de la teología
ya no son las verdades perennes de la metafísica sino la aplicación del
evangelio a las realidades concretas de la vida cotidiana.
La radicalidad del cristianismo
consiste en la disolución de todas las estructuras fundadas en el
poder, en el dinero, en la sabiduría del mundo. Las bienaventuranzas son
la cumbre de la literatura del absurdo para la mentalidad de nuestros
días: Bienaventurados los pobres, los mansos, los afligidos, los que
tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de
corazón, los ultrajados y despreciados por causa de mi nombre (Mat. 5,
1-12). En esto consiste el vaciamiento, la nulificación de la que habla
San Pablo, que hacen del hombre viejo un hombre nuevo: abandonarse
incondicionalmente en los brazos de Cristo Dios y dejar espacio amplio a
la gratuidad.
El tiempo corre, pasa y las cosas se transforman en y con el tiempo, Cristo sufrió la agonía y, además, la duda. El Evangelio
no es el nirvana budista que no es más que el intento de liberarse de
la realidad ni una meditación zen que pretende la anulación completa del
si-mismo, a que no existe ninguna verdad interior por descubrir y una
secularización radical transforma la vida en un proceso anémico por eso
el mundo de Sade, desprovisto de todo vestigio de trascendencia
espiritual, trasforma la sexualidad en un puro ejercicio mecánico
carente de toda pasión sensual.
Hoy es una realidad la vuelta a la espiritualidad profunda,
a la busca de referencias posmaterialistas, la apertura a una alteridad
radical que amplíe mi yo. El futuro es de los verdaderos emisarios de
otro mundo que llevan vida a la literatura no literatura a la vida, que
se esfuerzan por romper amarras y nos invitan a volar con ellos sobre
las alas del espíritu que anuncian con adelanto un mundo nuevo. El
miedo, océano de niebla, reduce los espacios de libertad y achica
nuestro mundo y nuestra alma. Nada puede crecer y nada puede hundirse
tan profundamente como el hombre. Jesús es esa misteriosa brasa en el corazón de la humanidad que nunca se consume, que mira con piedad y esperanza este mundo.
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FONTE: https://www.religiondigital.org/diario_nihilista_de_un_antropologo/Iglesia-modernidad-religion-iglesia-dios-jesus-papa-francico-fe-espiritu-amor-buda-busqueda_7_2120557935.html 10/05/2019
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