sábado, 11 de maio de 2019

La Iglesia y la modernidad

El Expoli. EL Greco
El Expoli. EL Greco

EL hombre moderno, ante su soledad, buscando el sentido se su vida se pregunta qué hizo Jesús para ser amado, a través del tiempo, eternamente

 La tarea de la Iglesia hoy es dar respuesta a esta pregunta

El hombre moderno, sin certezas y sin creencias, se siente desprotegido porque tiene la sensación de estar viviendo una comedia sin desenlace y porque desconfía que la vida no tenga sentido. Ante esta situación se pregunta ¿quién fue Jesús, qué habrá hecho para que hasta el día de hoy haya habido tanta gente que le haya amado y haya dado la vida por él y por los otros por imitarle a él, cómo entendió su vida, dónde está la fuerza de su persona y su originalidad, por qué, a pesar de que las ideologías y las religiones están sumidas en una profunda crisis, hay tanta gente que sigue afecta a su persona y a su mensaje? La tarea de la Iglesia hoy es dar respuesta a esta pregunta.

Querer domesticar la Palabra de Dios es cosa de todos los días, para que no nos pregunten ni nos preguntemos, para que no nos cuestionen ni nos cuestionemos. Así los sueños se conviertan en ensoñamientos.

El lenguaje es histórico y, por lo tanto, contingente, aunque su contenido revelado no lo sea. La tarea de los teólogos es traducir la realidad cotidiana al lenguaje evangélico para que no parezca como un mero documento de una época pasada. Adaptar el lenguaje no es traicionar el mensaje sino utilizar los medios apropiados y propicios para que el mensaje llegue a la gente de hoy.

Cristo y su mensaje son inmortales pero los sistemas, las traducciones, las maneras de hablar de ellos son efímeras. Es ridículo ignorar el zarpado el tiempo en todo, también en la Iglesia. El Cristo tuvo su dónde, estancia que contiene lo que toca la esencia del hombre, su proximidad y su patria, en donde el hombre se siente y mora consigo mismo; y su cuándo, momento del tiempo, agitado por lo que pasaba su alrededor, por las fiestas y los acontecimientos que conmovían a la familia y a la comunidad; atrapado en sus sueños y tocado por sus fracasos, por su identidad político-ideológica, por la historia.
Domingo de Ramos
La teología y los sermones han sido, en muchos casos y durante mucho tiempo, un ruido desgarrador que no armonizaban con nada de lo que pensaba y hacía la gente. Muchos son tan ostentosamente vacuos que no se dan cuenta que pasan la vida enterrados en imaginaciones rancias que les dispensan de mirar de frente el mundo en que les ha tocado vivir.

Una predicación bien hecha necesita saber de qué se habla y a quien se habla. Aquella religión positiva de dogmas, ritos, y reglas que debía de ser aceptada porque lo decía el sacerdote, los teólogos porque lo decía Santo Tomás, se acabó, aunque, en el fondo, mucho de aquello sea aceptado, pero no por los argumentos de autoridad sino porque contenían mucho de evangelio. Esa exageración de la maldad de los hombres, la pansexualidad del pecado y de los malos pensamientos, el miedo al dios violento y al infierno como casi única motivación del miedo al pecado, les ha hecho olvidar el amor a la vida y la misericordia infinita de Dios para convertir la vida en una desgracia sin esperanza. Muchos teólogos han tomado siempre sus intuiciones e imaginación por hechos.

Hasta los años setenta/ochenta del siglo pasado, todas las tesis de teología y de filosofía tenían un apartado titulado: adversarios o enemigos. Las posibilidades de discrepar de las opiniones de los profesores eran absolutamente nulas. Estaba completamente prohibido leer algo que no estuviera aconsejado por los prefectos de disciplina o al padre espiritual que, en muchos casos, no leían más que libros piadosos que nada tenían que ver con las publicaciones del momento. En los seminarios no se podían leer los autores que han configurado la modernidad, porque estaban en el Index de libros prohibidos. Los sacerdotes de la época salían sabiendo mucha teología, pero sin capacidad de poder adaptar la predicación a las mentes de hoy. Muchos sacerdotes e instituciones eclesiásticas, en vez de avivar los rescoldos de soplo divino de las tendencias de hoy, siguen dedicando todo su talento a las normas, al pecado.

A lo largo de la historia, la Iglesia, por ver sólo el hecho e ignorar su significado y su trascendencia, condenó y prohibió enseñar y predicar a miembros del clero por sus descubrimientos e investigaciones que, con el paso del tiempo, se convirtieron en verdades del saber común. Todavía hay teólogos y facultades de teología que están a vueltas con el Paraíso Terrenal cuando la narración genesíaca es la transmisión de una narración oral mítica. Si el Paraíso Terrenal no existió, la narración del pecado original no puede interpretarse tampoco literalmente. Seguramente se trata del descubrimiento de la libertad que conlleva sus riesgos y es la fuente original de la posibilidad de que el hombre peque. Aquí radica la verdadera desgracia y el auténtico peligro para la Iglesia, el olvido de la sustancia de la esencia del Evangelio, la sustancia de la teología sin sustancia, “la catástrofe de la esencia”. Son gentes que confunden la labor del Espíritu Santo con el orden tradicional de las cosas y todo con el inmovilismo. Al mismo tiempo, la Iglesia ha fundado universidades y llevado el saber a los cuatro puntos cardinales del planeta.
Papa Francisco en Sta. Marta
Muchas instituciones y personas cristianas siguen teniendo miedo a los descubrimientos y avances de la ciencia. “Creer en la divinidad de Jesús no es confesar teóricamente una formula dogmática elaborada por los concilios, es ir descubriendo de manera concreta en sus palabras, en sus gestos, en su ternura y en su fuego, el misterio último de la vida que los creyentes llamamos Dios”, escribió Pagoda.

La gracia es un soplo de Dios sobre la carne. La doctrina de Jesús es como una anarquía divina; elige a los tontos para confundir a los sabios, a los débiles para avergonzar a los fuertes y poderosos. La personalidad de Jesús, un ciudadano en profunda sintonía con los hombres de su tiempo y conciencia clara del zarpazo del paso del tiempo, es compleja y rebelde.

Hoy la religión ya no se confunde con una forma de vida ni con una cultura porque ha adquirido plena autonomía por eso puede sobrevivir y hacerse fuerte en cualquier cultura gracias a la inculturación del evangelio. Esta adaptación de la religión que no del evangelio que sigue siendo el mismo desde siempre en todas partes, permite a la religión globalizarse. El coste de esto es que la religión ya no es el fundamento del funcionamiento del mundo y de la totalidad social mundial sino una realidad reducida a comunidades nacionales y locales que ayuda a los individuos y a las comunidades y puede agudizar su conciencia crítica.

La religión ya no cumple la función de fuerza orgánica y de cohesión de la realidad social. La religión hoy vive una cierta paradoja entre lo particular y lo universal, un “singular universal”, un singular que se manifiesta como representante de lo universal, el resto que se identifica con el todo. De ahí la teología de la liberación o de la esperanza, la teología política, cristianos por el socialismo, … El fundamento de la teología ya no son las verdades perennes de la metafísica sino la aplicación del evangelio a las realidades concretas de la vida cotidiana.

La radicalidad del cristianismo consiste en la disolución de todas las estructuras fundadas en el poder, en el dinero, en la sabiduría del mundo. Las bienaventuranzas son la cumbre de la literatura del absurdo para la mentalidad de nuestros días: Bienaventurados los pobres, los mansos, los afligidos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los ultrajados y despreciados por causa de mi nombre (Mat. 5, 1-12). En esto consiste el vaciamiento, la nulificación de la que habla San Pablo, que hacen del hombre viejo un hombre nuevo: abandonarse incondicionalmente en los brazos de Cristo Dios y dejar espacio amplio a la gratuidad.

El tiempo corre, pasa y las cosas se transforman en y con el tiempo, Cristo sufrió la agonía y, además, la duda. El Evangelio no es el nirvana budista que no es más que el intento de liberarse de la realidad ni una meditación zen que pretende la anulación completa del si-mismo, a que no existe ninguna verdad interior por descubrir y una secularización radical transforma la vida en un proceso anémico por eso el mundo de Sade, desprovisto de todo vestigio de trascendencia espiritual, trasforma la sexualidad en un puro ejercicio mecánico carente de toda pasión sensual.

Hoy es una realidad la vuelta a la espiritualidad profunda, a la busca de referencias posmaterialistas, la apertura a una alteridad radical que amplíe mi yo. El futuro es de los verdaderos emisarios de otro mundo que llevan vida a la literatura no literatura a la vida, que se esfuerzan por romper amarras y nos invitan a volar con ellos sobre las alas del espíritu que anuncian con adelanto un mundo nuevo. El miedo, océano de niebla, reduce los espacios de libertad y achica nuestro mundo y nuestra alma. Nada puede crecer y nada puede hundirse tan profundamente como el hombre. Jesús es esa misteriosa brasa en el corazón de la humanidad que nunca se consume, que mira con piedad y esperanza este mundo.
--------
FONTE:  https://www.religiondigital.org/diario_nihilista_de_un_antropologo/Iglesia-modernidad-religion-iglesia-dios-jesus-papa-francico-fe-espiritu-amor-buda-busqueda_7_2120557935.html 10/05/2019

Nenhum comentário:

Postar um comentário