domingo, 30 de janeiro de 2022

A Sociedade do Cansaço

 Marta Lince Faria*

 Do desaparecimento dos rituais - Livraria Diário do Minho

É desconcertante e paradoxal que vivendo num mundo com muito mais possibilidades do que as gerações e sociedades anteriores, vivamos mais infelizes e mais débeis.

Há uns meses, encontrei um livro de um filósofo coreano, Byung-Chul Han, que me deu luzes em relação a uma característica da nossa sociedade: a livre autoexploração dos indivíduos por eles mesmos.

A quantidade assustadora de burnouts e depressões leves a que assistimos ou da qual até nós mesmos já fomos vítimas, faz-nos pensar no que possa ser a causa destes fenómenos. O trabalho parece ser sempre mais exigente do ponto de vista físico, intelectual e psíquico e muitas pessoas saudáveis acabam por se ver afetadas por episódios depressivos.

É comum pensar que são os empregadores e as lideranças que exigem que as pessoas trabalhem acima de níveis considerados razoáveis. Embora possa ser verdade que um ou outro gestor exige demasiado dos seus trabalhadores, corresponde muito mais à minha experiência o facto de os líderes estarem preocupadas com estes fenómenos, mas não conseguirem mudar os seus comportamentos e os das equipas que coordenam. E qual seria a causa? A interpretação de Byung-Chul Han é que estamos num momento em que os próprios indivíduos se constituíram em exploradores de si próprios: “se posso mais, devo mais!” As motivações podem ser muitas: a incerteza de um mundo em constante mudança, o contacto permanente com todos os países que nos faz querer pertencer ao grupo dos melhores ou que nos faz sentir responsáveis por todos os desastres do planeta, o prazer de nos sentirmos reconhecidos…  É difícil encontrar uma só motivação, são muitas e subtis, de tal modo que o indivíduo continua a explorar-se e a sentir-se livre. Explica Byung-Chul Han “o excesso de trabalho e de produção conduz, a um nível mais elevado, à autoexploração. Esta é mais eficaz do que a exploração por terceiros, uma vez que vem associada a um sentimento de liberdade. O ser explorado é simultaneamente o que explora – agente e vítima já não se distinguem entre si. Esta autorreferencialidade gera uma liberdade paradoxal que, em virtude das estruturas coercivas que lhe são intrínsecas, se converte em violência. As doenças psíquicas da sociedade da produção nada mais são do que manifestações patológicas desta liberdade paradoxal.”[1]

Se a hipótese de Byung-Chul Han é verdadeira, só será possível devolver à sociedade e a cada indivíduo um estilo de vida que promova uma liberdade autêntica, através de um esforço concertado por mudar hábitos, formas específicas de educação e características culturais. As organizações poderão e deverão alertar para este facto, aumentando o nível de awareness, e criando políticas promotoras do equilíbrio dos indivíduos e da sua saúde mental, mas apenas isto não será suficiente.

É desconcertante e paradoxal que vivendo num mundo com muito mais possibilidades do que as gerações e sociedades anteriores, vivamos mais infelizes e mais débeis. Convido a todos a tomar uma atitude resoluta e audaz: não podemos dar-nos ao luxo de assumir que as pessoas são mais fracas do que noutras épocas. Parece-me importante iniciar uma plataforma de reflexão e debate que seja capaz de chegar a perceber o modo mais humano e equilibrado de gerir a informação e as possibilidades a que temos acesso.

Byung- Chul Han diz que a nossa sociedade tem “excesso de positividade” – que pode ser excesso de possibilidades, excesso de estímulos, excesso de responsabilidade – e que o perigo do excesso de positividade em relação ao excesso de negatividade é não termos anticorpos ou mecanismos de defesa que reajam a um elemento agressor. É mais difícil combater um inimigo sem rosto, mas eu diria que é urgente, sob pena de perecermos no âmbito de tanta positividade.

[1] A Sociedade do Cansaço, Byung-Chul Han, Relógio D’Água, p. 23.

 

*Doutorada em Filosofia, professora na AESE Business School

Fonte: https://observador.pt/opiniao/a-sociedade-do-cansaco/

Amar u odiar a Murakami, ese es el dilema

 Por Mercedes Estramil

Haruki Murakami

El escritor japonés Haruki Murakami desata pasiones a favor y en contra. Su nuevo libro de cuentos lo confirma.

Haruki Murakami

Cuando se ha leído a Murakami durante mucho tiempo, las sensaciones van variando y virando e incluso comienzan a ser contradictorias, como si el lector entrara en una suerte de disonancia cognitiva. ¿Es bueno, es light, es un bluff? Que tiene un mundo singular no cabe duda. Que, literariamente, desde ese universo siga teniendo algo que decir y lo diga bien, ya es otro cantar.

Nacido en Kioto en 1949, Haruki Murakami es el escritor japonés más famoso en Occidente. Su candidatura al Nobel es un lugar común —relegado varias veces por gente no tan conocida y no digamos exitosa, se lo toma con dignidad— y sus libros llegan con la frecuencia de caída de un suero fisiológico. Lo último es este libro de ocho relatos con perfil de autoficción, más o menos enmascarada y a veces explícita. El título anuncia y esconde. Primera persona del singular (2020), en todo caso, es una buena muestra de los pro y los contra que contiene la escritura de Murakami.

De qué hablamos

Así como el relato de Raymond Carver (“De qué hablamos cuando hablamos de amor”) le sirvió a Murakami para dos títulos (De qué hablo cuando hablo de correr y De qué hablo cuando hablo de escribir), es lícito preguntarse de qué hablamos cuando hablamos de él, un nipón con atmósferas occidentales y escritura oscilante entre lo leve y lo pretencioso. Si es un bestsellerista que disfraza los recursos burdos del bestsellerismo, como sostienen muchos, o si es un cándido exponente de un romanticismo contemporáneo, habida cuenta de que el romanticismo no muere sino que se transforma. El problema siempre está en el cómo.

Los ocho relatos de este libro tienen el obvio denominador común de la escritura en primera persona del singular, un tono general de rememoración con flashbacks a la adolescencia o a la mediana edad, y la batería habitual de recursos y tics de Murakami: personajes que no se sabe por qué actúan como actúan, movidos por una psicología oculta, situaciones inverosímiles que sirven para reflexiones profundas o pseudo profundas (a veces más colgadas que las situaciones mismas), escenarios superficiales hiperdescriptos, y un tono sedado para contar tanto lo banal como lo trágico. Aun así, hay picos de interés y anécdotas que fluyen, un manejo profesional de la intertextualidad y conocimiento de marketing para sospechar qué le puede gustar a un público mayoritario.

Primera persona del singular comienza con dos relatos de corte sentimental. En “Áspera piedra, fría almohada” el narrador en primera persona —Murakami personaje o su alter ego, da igual— recuerda conversaciones con una chica de su época universitaria que componía unos poemas llamados tankas. No recuerda ni el nombre ni la cara de la chica pero sí lo que se dijeron y que ella gritaba el nombre de otro durante los orgasmos. Texto sobre el carpe diem y el olvido. Los tankas de la chica son bastante hermosos. En “Flor y nata” el narrador también recuerda a una chica que conoció en su adolescencia y con la que tocó alguna pieza al piano (ella con solvencia, él torpemente); años después recibe una invitación de esa mujer para un recital y acude pero no hay tal recital ni chica. El desconcierto lo hace vagar por la ciudad, escuchar proclamas evangelizadoras en la calle y cruzarse —cómo no— con un viejo sabio que le habla sin venir a cuento de nada de la “flor y nata” de la vida y luego, de golpe, desaparece. Las desapariciones en sí son un lugar común en la narrativa de Murakami; le han desaparecido mujeres, gatos, elefantes, etc.

Los tres cuentos que siguen son un compendio de dos aficiones personales: música y béisbol. “Charlie Parker Plays Bossa Nova” comienza transcribiendo una presunta nota escrita por Murakami para una revista universitaria en 1963 sobre el saxofonista Charlie “Bird” Parker. En ella daba información sobre un nuevo disco, inexistente (Parker había muerto en 1955). El procedimiento —cervantino, borgeano— de jugar con la frontera entre lo real y lo apócrifo atrajo siempre a Murakami —igual que a Welles, Bolaño y tantos más— primero sin prolongar el engaño, poniendo las cartas sobre la mesa enseguida para los lectores, y luego llevándolo al terreno de lo fantástico mediante encuentros inesperados y sueños increíbles. Sabedor del procedimiento, el relato termina con una interpelación al lector que funciona como un pacto de lectura, acaso el que Murakami desea que se firme con él: “¿Me cree usted, fiel lector? Puede creerme. No me he inventado nada”.

En “With the Beatles” trae recuerdos de los años sesenta en plena beatlemanía, los mezcla con una historia sentimental trunca y evidencia algunos de sus mayores defectos de composición (a menos —todo hay que decirlo— que se trate de un problema de traducción). Por ejemplo: ¿hay necesidad de decir “procedí a pronunciar mi nombre” en vez del más directo y eficaz “dije mi nombre”? ¿Es necesario apelar a una metáfora tan gastada como “mi corazón se desbocaba como un caballo salvaje dando vigorosos latidos como latigazos”? De estos ejemplos Murakami tiene un almacén bien surtido. En “Antología poética de los Yakult Swallows de Tokio” habla del béisbol y por primera vez se presenta con nombre y apellido, dejando claro el carácter (semi) confesional de estas memorias.

El otro yo

Otra característica de Murakami es que nunca va a ser hiriente, o al menos no de un modo que evidencie misantropía, misoginia, racismo, insolidaridad o cualquiera de los postulados superficiales de lo políticamente incorrecto. Entonces en un cuento como “Carnaval” se despacha hablando de la increíble fealdad de una mujer, a la que la “salva” su actitud, su notorio conocimiento musical y en particular de Schumann, un marido bello y un prontuario atractivo; y de la fealdad más sui generis de otra, a la que terminó olvidando. “Confesiones de un mono de Shinagawa” es el Murakami puro y en estado de gracia de sus primeras obras, donde un mono puede servir y hablar con los huéspedes de un hostal como si tal y contarles absurdos vitales que se verán refrendados por la realidad años después.

El volumen se cierra con el relato que da título y uno de los mejores. El olvido de algo turbio, la autorrepresión y la culpa, tópicos del autor, sostienen esta historia de un narrador protagonista que se viste a la moda y no está cómodo en ningún sitio. El encuentro casual con una mujer del pasado lo confronta a un “yo” que no quiere ver desnudo y opta —mecanismo subyugante— por ver una realidad distorsionada y fantasmal. En este caso, el ejercicio de elipsis le sale bien y cualquier lector que lo lea en serio podría conectar con sus propios espejos deformantes.

PRIMERA PERSONA DEL SINGULAR, de Haruki Murakami. Tusquets, 2021. Traducción de Juan Francisco González Sánchez. Barcelona, 279 págs.

Fonte:  https://www.elpais.com.uy/cultural/amar-odiar-murakami-ese-dilema.html?utm_source=news-elpais&utm_medium=email&utm_term=Amar%20u%20odiar%20a%20Murakami,%20ese%20es%20el%20dilema&utm_content=30012022&utm_campaign=Cultural

Para que serve a razão?

Hélio Schwartsman*

Ilustração de Annette Schwartsman para coluna de Hélio Schwartsman deste domingo (30.jan) apresenta, da cintura para cima, um homem branco, sem cabelos, vestido com terno azul, sentado numa mesa com a mão na fronte como se estivesse pensando, e na outra ponta um recipiente com tampa, que, destampado, deixa sair formúlas matemáticas, como numa nuvem que chega até o homem que está a pensar
 

 

 

 

 

 

 

 

 

Somos melhores em apontar erros nos raciocínios dos outros do que nos nossos e, por isso, em sociedade, somos capazes de avançar

Segundo uma concepção meio caricatural do Iluminismo, a razão levaria à emancipação do ser humano. Se fôssemos capazes de controlar as emoções e nos guiar apenas pela razão, descobriríamos mais verdades da ciência e encontraríamos as melhores soluções para nossos problemas sociais. Essa concepção está errada de várias formas. A razão não é o contraponto virtuoso das emoções e não leva automaticamente a respostas. Nossos raciocínios são marcados por tantos erros e vieses que fica uma suspeita no ar. Há um intenso debate entre cientistas cognitivos sobre o alcance e o papel da razão.

Um modelo de que gosto bastante é o proposto por Hugo Mercier e Dan Sperber. Para a dupla, a razão evoluiu para o propósito não muito enaltecedor de nos fazer vencer debates e justificar nossas próprias atitudes. É o que explica, por exemplo, a ubiquidade do viés de confirmação, que nos faz encontrar e abraçar rapidamente as evidências em favor de nossas teses e descartar sem exame as contrárias. Essa é uma péssima prática se o objetivo da razão é chegar à verdade, mas muito boa se a meta é só brilhar diante dos pares.

Isso significa que devemos abandonar todas as esperanças de progresso? No plano individual, talvez, mas não no coletivo. Há uma assimetria que nos favorece. Somos muito melhores em apontar erros nos raciocínios dos outros do que em encontrá-los nos nossos. Isso significa que, como sociedade, somos capazes de avançar. Grupos de pessoas suficientemente diversas até conseguem se livrar de teorias e ideias erradas. Fazê-lo individualmente, ainda que não impossível, é mais difícil, já que a tendência é que nos enamoremos de nossas teses mesmo que absurdas.

Se o modelo de Mercier e Sperber é correto, deveríamos ansiar pela publicação de artigos e livros que vão contra nossas ideias. Encontrar erros neles e criticá-los é a forma mais eficiente de fazer avançar nossa agenda.

Ilustração de Annette Schwartsman para coluna de Hélio Schwartsman deste domingo (30.jan) - Annette Schwartsman
*Jornalista, foi editor de Opinião. É autor de "Pensando Bem…". 
Fonte:  https://www1.folha.uol.com.br/colunas/helioschwartsman/2022/01/para-que-serve-a-razao.shtml

A oração de Fernando Pesso

Anselmo Borges*

1 "Não acredito em Deus porque nunca o vi." "Pensar em Deus é desobedecer a Deus, / Porque Deus quis que o não conhecêssemos / Por isso se nos não mostrou..." Estas são afirmações célebres de Fernando Pessoa.

É verdade: se não houvesse nenhuma experiência de Deus, se ele se não mostrasse, se não se desse nenhuma possibilidade de encontrá-lo, como é que alguém poderia acreditar nele?

À pessoa religiosa Deus manifesta-se tanto na natureza - na sua contingência e ao mesmo tempo na sua beleza, no seu fascínio e nos seus enigmas, remete para uma Fonte criadora -, como na história, concretamente na história da liberdade e nos seus dinamismos: no apelo ao bem e ao respeito incondicional pela dignidade humana em si mesmo/a e nos outros e nesse impulso imparável de transcendência em ordem à realização pessoal e colectiva e da realidade toda, que só no próprio Infinito pode encontrar a sua satisfação adequada.

De qualquer modo, o encontro com Deus só pode dar-se verdadeiramente numa experiência pessoal. É de tal modo decisiva a experiência que Simone Weil, a filósofa e mística, dizia: "De duas pessoas que não fizeram a experiência de Deus, a que o nega está provavelmente mais perto dele do que a que O afirma." Esta experiência pode acontecer em múltiplas ocasiões e de muitos modos: na palavra que nos fala em silêncio no mais profundo de nós, na vivência da beleza sem nome de um pôr do Sol no horizonte sobre o oceano ou no longe da montanha, naquele súbito saber-se a si próprio como dom recebido a partir de uma fonte que jorra desde o abismo, no sentido da vida que de repente se vê ameaçado pela morte, na exaltação sublime de uma sinfonia ou do encontro no amor, no olhar abissal, triste ou saltitante de um ser humano, na solidão insuportável de um abandono, na visita surpreendente de um rosto que nos obriga a um transcendimento total, na recusa existencial radical do absurdo, no apelo suplicante e irrecusável de um esfomeado, no abalo até à raiz provocado pela morte da pessoa amada, no toque irrecusável do ser perguntado e do perguntar sem limites, naquela inquietação que impele permanentemente a pôr-se a caminho, numa experiência única de Jesus Cristo vivo, no acontecimento mais simples, que é, como escreveu o ateu Ernst Bloch, "a mística do quotidiano", sempre em conexão com "a pergunta inconstruível"...

Há sinais de transcendência no mundo. Deus aparece implicado nas experiências radicais e originárias da existência humana, e todas estas experiências são, em última análise, expressão do reconhecimento de que só no Infinito o finito encontra a sua verdade.

A experiência religiosa de Deus é a experiência pessoal mais radical que um ser humano pode fazer. Ela transforma a vida, de tal modo que já nada é como era. Estritamente falando, sobre a relação eu-tu entre Deus e o Homem só pode falar quem fez a experiência. Quem olha de fora é como se estivesse perante o vazio, pois Deus não é objecto de curiosidade objectivante. Mas, quando essa luz interior se acende, a pessoa pode experienciar que a sua existência já não soçobra no nada, não é roída pelo vazio, mas participa no mistério incomensurável, insondável e inesgotável da plenitude do Ser.

2 Fernando Pessoa rezava assim:


"Senhor, Dá-me alma para te servir e alma para te amar. Dá-me vista para te ver sempre no céu e na terra, ouvidos para te ouvir no vento e no mar, e mãos para trabalhar em teu nome.

Torna-me puro como a água e alto como o céu. Que não haja lama nas estradas dos meus pensamentos nem folhas mortas nas lagoas dos meus propósitos. Faz com que eu saiba amar os outros como irmãos e servir-te como a um pai.

Minha vida seja digna da tua presença. Meu corpo seja digno da terra, tua cama. Minha alma possa aparecer diante de ti como um filho que volta ao lar.

Torna-me grande como o Sol, para que eu te possa adorar em mim; e torna-me puro como a Lua, para que eu te possa rezar em mim; e torna-me claro como o dia para que eu te possa ver sempre em mim e rezar-te e adorar-te.

Senhor, protege-me e ampara-me. Dá-me que eu me sinta teu. Senhor, livra-me de mim."

Esta era a belíssima oração de Fernando Pessoa, num texto que deve ser de 1912.

O que é rezar?

Muitas vezes, crentes e até não crentes queixam-se de que Deus deve estar surdo. Mas ainda bem que Deus não ouve as nossas orações, pois frequentemente só pedimos disparates. Em vez de pedir o Espírito Santo, como Jesus mandou, pedimos a Deus o triunfo do nosso egoísmo e o abate dos nossos adversários; honra, glória e riqueza para nós, e os outros que fiquem na miséria e sejam nossos servos... Por um lado, queremos ser livres e autónomos e, por outro, desejaríamos que Deus resolvesse todos os nossos problemas... Com a ladainha das nossas petições, quereríamos manter-nos na preguiça, continuar infantis e colocar Deus pura e simplesmente à nossa disposição e serviço...

Afinal, Deus dá-nos tudo o que é bom, e rezar é agradecer e louvar e preparar-se para receber o que Deus tem para nos dar... Rezar é ficar à escuta do que Deus no silêncio tem para nos dizer. Rezar não é a tentativa idólatra de converter Deus ao nosso desejo, mas tentarmos nós próprios converter-nos ao desígnio de Deus, que consiste na liberdade digna e na dignidade livre de todos.

Rezar é fazer a paz dentro de nós e lembrar o essencial e olhar para o Infinito e ver o Divino em todas as coisas e contemplar a Presença viva de Deus no mais íntimo de nós e no rosto de cada homem e mulher...

Padre e professor de Filosofia. Escreve de acordo com a antiga ortografia 

Fonte:  https://www.dn.pt/opiniao/a-oracao-de-fernando-pessoa-14534997.html

sexta-feira, 28 de janeiro de 2022

Mario Quintana, conheça a possível origem do poema inédito.

Sandra Ritzel / Divulgação 

Dulce Helfer e Mario Quintana: uma amizade que foi até o fim da vida do poeta

Fotógrafa Dulce Helfer comenta sobre sua relação de amizade com o escritor e o seu trabalho recém-descoberto

A data era compatível. A letra era inconfundível. O estilo era incomparável. Na última semana, um poema inédito de Mario Quintana foi descoberto no meio de um livro antigo do próprio autor. Aqueles versos atingiram em cheio os corações dos leitores do escritor alegretense, que receberam de braços abertos uma nova obra do gaúcho, que deixou de viver na Terra para ingressar no panteão dos imortais das palavras há quase 28 anos. Intitulado Canção do Primeiro do Ano, o texto é datado de 1º de janeiro de 1941, quando o escriba tinha apenas 34 anos — ele nasceu em 30 de julho de 1906. 

Mas como é possível que, mesmo após quase três décadas da morte de um dos maiores escritores do Estado e um ícone da literatura nacional, uma obra dele possa ter passado batida, uma vez que o seu acervo está bem guardado e cuidado no Instituto Moreira Salles, no Rio de Janeiro? Existem duas possibilidades: ou ele esqueceu onde guardou o poema ou, simplesmente, não gostou de seu trabalho e não quis publicá-lo. Pelo menos não inteiro. 

— Foi bem interessante acharem isso agora, porque tenho quase certeza de que ele não quis publicar. Por isso, estava dentro do livro, escondidinho. Ele deixou lá como carta na manga para aproveitar alguma coisa — destaca a fotógrafa Dulce Helfer, uma das melhores amigas do poeta em sua última década de vida.

E ela, que tem a obra do escritor na ponta da língua, uma vez que foi responsável por dois livros sobre o poeta, assim que Canção do Primeiro do Ano veio a público, identificou versos do poema inédito que foram "reaproveitados" em outro trabalho de Quintana, Canção do Dia de Sempre, que faz parte da publicação Canções.  

Na sexta estrofe do poema recém-descoberto, o poeta escreve "E eu vivo só de momentos / Sou como as nuvens do céu... / Prendi a rosa dos ventos / Na fita do meu chapéu". Em Canção do Dia de Sempre, Quintana reescreveu os versos "Viver tão só de momentos / Como estas nuvens no céu..." e "E a rosa louca dos ventos / Presa à copa do chapéu" para ocupar, respectivamente, a segunda e quarta estrofes de seu poema. 

O final dos dois trabalhos também mostra que uma obra deriva da outra. Enquanto Primeiro do Ano termina com a estrofe "E, de novo, sem lembrança / Das outras vezes perdidas / Atiro a rosa do sonho / Em tuas mãos distraídas...", Dia de Sempre tem desfecho quase igual: "E sem nenhuma lembrança / Das outras vezes perdidas / Atiro a rosa do sonho / Nas tuas mãos distraídas...". 

Segundo Dulce, o modus operandi de Quintana era assim: ele, muitas vezes, em sua prancheta, escrevia um texto, mas nem sempre gostava do resultado depois de o reler no dia seguinte. Assim, usava aquela obra para retirar partes com as quais havia simpatizado e formar uma nova. Ou, então, o poeta, frequentemente, esquecia o local onde guardava os seus trabalhos, mas gravava na memória os versos mais marcantes, usando-os para tentar replicar o poema que estava perdido. Canção do Primeiro do Ano pode se encaixar em qualquer um dos casos, diz a amiga. 

Sandra Ritzel / Divulgação
Dulce Helfer e Mario Quintana no parque próximo do hotel onde o poeta morou em seus últimos anos de vida

O poema inédito foi doado na última segunda-feira (24) ao acervo da Biblioteca Pública do Estado, após o manuscrito ter sido adquirido pela Associação de Amigos da Biblioteca Pública do Estado. A peça foi entregue juntamente com o livro onde estava guardada, uma edição de Poemas, do próprio autor. Em breve, ambos estarão em exposição. 

Por perto

Mario Quintana e Dulce Helfer se conheceram no começo de 1985, quase uma década antes de o poeta morrer. Ela, que na época trabalhava na Secretaria de Cultura do RS — e, logo em seguida, em Zero Hora — diz que não recorda exatamente o que motivou o primeiro encontro com o poeta. Porém, destacou que, na mesma hora, identificou-se com o escritor. 

— É uma amizade que vem e a gente não sabe de onde, uma afinidade que tu crias na mesma hora. É uma coisa inexplicável. E o Mario é uma dessas boas coisas que me aconteceram, porque na mesma hora a gente se identificou. E ele me disse: "Vem tomar um café comigo uma hora dessas" — conta a fotógrafa, que voltou para o café dois dias depois. 

Ela visitava o escriba três vezes por semana. Primeiro, no diminuto quarto no Hotel Royal, onde ele reclamava do tamanho, dizendo que "não era joia para ficar dentro de caixinha". Depois, quando o poeta se mudou para o seu derradeiro lar, o Porto Alegre Residence Hotel, local mais espaçoso e com um parque próximo, onde adorava sentar com a amiga para observar as crianças brincando, longe de assédios. 

Dulce Helfer / Divulgação
O poeta Mario Quintana em seu quarto de hotel pelas lentes da amiga Dulce Helfer

Segundo Dulce, apesar da aparência simpática e doce, "ele não era um velhinho querido, não". E, mesmo assim, ela registrou em fotos sensíveis os últimos 10 anos do escritor — que gostava de ligar, ao lado da amiga Sandra Ritzel, para a redação de Zero Hora no dia do aniversário de Dulce para cantar um Parabéns a Você sempre desafinado. Anos depois, ela descobriu que ele combinava de entoar a canção fora do tom apenas para a sacanear. "Espirituoso". 

Dulce Helfer era uma das poucas amigas que Mario Quintana tinha. Assim, por não ter um círculo social muito grande e priorizar ficar em seu quarto, ele não costumava presentear pessoas com poemas. Por conta disso, a fotógrafa não acredita que muitas obras inéditas do poeta estão perdidas por aí. Caso alguma apareça, será como Canção do Primeiro do Ano, ao acaso, escondida, provavelmente pelo próprio autor, dentro de um livro antigo. Mais poético do que isso, impossível.

Fonte: https://gauchazh.clicrbs.com.br/cultura-e-lazer/livros/noticia/2022/01/conheca-a-possivel-origem-do-poema-inedito-de-mario-quintana-ckyw6jiq0009l0188e9z6xgu1.html

quinta-feira, 27 de janeiro de 2022

A Missa dos Quilombos, 40 anos depois

 Hamilton Pereira (Pedro Tierra)*

 

 Inconformadas com a celebração da “Missa Negra”, coisa de satanás, aquela profanação do culto sagrado promovida por Hélder Câmara, o bispo dos comunistas”, estamparam os jornais. Foto: Reprodução

Daquela noite de 1981, a Missa dos Quilombos lançava uma luz sobre as raízes do racismo e sobre a resistência dos mais explorados entre os trabalhadores, os trabalhadores e as trabalhadoras negras

Ecoou a voz de Milton Nascimento, capaz de comover até as pedras que vibravam sob nossos pés no Largo do Carmo, no Recife, naquela noite:

“Em nome do Deus de todos os nomes:/ Javé, Obatalá, Olorum, Oió...” 

Ecoou a percussão de Robertinho Silva e seus companheiros como se o couro dos atabaques golpeados pelas as palmas das mãos, até minutos antes cobrisse nosso próprio coração, agora exposto. O coração vulnerável de milhares de homens e mulheres de todas as cores, reunidos em frente à Igreja do Carmo, naquele 22 de novembro, há 40 anos.

Há testemunhos que por si sós justificam a ousadia daquela celebração: “E vi meu corpo sair dançando, embalado pelos tambores. Como se meu corpo soubesse aquela música desde antes de eu nascer, sem que eu própria tivesse conhecimento dela...”

Ao sul da razão, aqui ao sul da linha do Equador, a consciência nasce de dentro da tempestade e da comoção... dito de outro modo: conheço aquilo que me comove. Naquele sentido de mover com. Quando a consciência se converte em ação transformadora.

Os fiéis assistiram ali um rito romano, que obedecia rigorosamente ao cânone católico. Não fora concebido como um espetáculo. Mas, como uma confissão pública de cumplicidade com o massacre de uma raça, em nome da exploração colonial. Com todos os seus momentos e componentes, tratava-se de uma missa.

A celebração foi presidida por um dos poucos bispos negros do Brasil, naquele momento. O mineiro Dom José Maria Pires, arcebispo da Paraíba. A seu lado, o anfitrião, D. Hélder Câmara, arcebispo de Olinda e Recife, que nos propôs o desafio de realiza-la, D. Tomás Balduíno, bispo de Goiás, D. Marcelo Carvalheira, bispo de Campina Grande, D. José Brandão, bispo de Propriá e Pedro Casaldáliga, bispo de S. Félix do Araguaia.

Com ela, no ambiente opressivo da ditadura militar, já em declínio, um negro – uma das mais elevadas expressões do talento, sensibilidade, criatividade e da voz na história da música brasileira –, um catalão errante que fez do Araguaia sua pátria e um sertanejo recém-saído dos cárceres, ofereciam sua contribuição e seu verso para introduzir em espaços sociais e culturais mais amplos um tema interditado na sociedade brasileira: o combate ao racismo.

Nesse país votado ao absurdo, aquela ousadia chegava pelas mãos de uma instituição conservadora, a Igreja Católica que historicamente, como afirmou D. José Maria Pires em sua homilia, “frequentou mais a Casa Grande do que a Senzala”.

Causou impacto e foi perseguida “no Templo e no Pretório”, como diria Pedro Casaldáliga. Como tudo que, neste país, se aproxime com o desejo de desvelar o estigma da escravidão, a violenta matriz que modelou o perfil das desigualdades econômicas, sociais e culturais que nos acompanham há cinco séculos.

 

A Missa dos Quilombos foi alcançada sem demora pela interdição ditada pelo cânone da Sagrada Congregação da Doutrina da Fé – ex-Santo Ofício – dirigida pelo Cardeal Joseph Ratzinger. Foi proibida sumariamente como celebração da Eucaristia.

O decreto da Cúria secundava, em alguma medida, a reação irada das oligarquias pernambucanas, inconformadas com a celebração da “Missa Negra”, coisa de satanás, aquela profanação do culto sagrado promovida por Hélder Câmara, o bispo dos comunistas”, estamparam os jornais.

A reação da oligarquia e o decreto da Cúria chegaram tarde. A gente humilde das comunidades, os movimentos de juventude que se constituíram nos Grupos União e Consciência Negra – Grucon, no âmbito da própria Igreja Católica e mesmo em movimentos laicos, mais avançados como o Movimento Negro Unificado (MNU) que se constituía em diversas regiões do país, se apropriaram do texto e souberam extrair de sua força, de sua capacidade de comover, elementos para formação de consciência, no trabalho de base que caracterizou aquele período.

Realizaram, a seu modo, o sonho dos criadores: multiplicaram o alcance, fizeram chegar aos olhos, aos ouvidos e aos corações daqueles que buscavam se agregar nas organizações populares que nasciam ou renasciam na resistência à ditadura. Cumpriam, assim, o propósito anunciado no Canto de Abertura, quando os negros invadem a Igreja:

“Estamos chegando do fundo da terra,/ estamos chegando do ventre da noite,/ da carne do açoite nós somos,/ viemos lembrar.

 Estamos chegando da morte nos mares,/ estamos chegando dos turvos porões,/ herdeiros do banzo nós somos,/ viemos chorar.

 Estamos chegando dos pretos rosários,/ estamos chegando dos nossos terreiros,/ dos santos malditos nós somos,/ viemos rezar.

 Estamos chegando do chão da oficina,/ estamos chegando do som e das formas,/ da arte negada que somos, viemos criar.

Estamos chegando do fundo do medo,/ estamos chegando das surdas correntes,/ um longo lamento nós somos,/ viemos louvar.

(...)

Estamos chegando dos ricos fogões,/ estamos chegando dos pobres bordéis,/ da carne vendida nós somos,/ viemos amar.

Estamos chegando das velhas senzalas,/ estamos chegando das novas favelas,/ das margens do mundo nós somos,/ viemos dançar.

Estamos chegando dos trens dos subúrbios,/ estamos chegando nos loucos pingentes,/ com a vida entre os dentes chegamos,/ viemos cantar.

Estamos chegando dos grandes estádios,/ estamos chegando da escola de samba,/ sambando a revolta chegamos,/ viemos gingar.

(...)

Estamos chegando do ventre das Minas,/ estamos chegando dos tristes mocambos,/ dos gritos calados nós somos,/ viemos cobrar.

Estamos chegando da cruz dos Engenhos, estamos sangrando a cruz do Batismo, marcados a ferro nós fomos,/ viemos gritar.

Estamos chegando do alto dos morros,/ estamos chegando da Lei da Baixada,/ das covas sem nome chegamos,/ viemos clamar.

Estamos chegando do chão dos Palmares,/ estamos chegando do som dos tambores, dos Novos Palmares nós somos, viemos lutar.” (Boletim do CIMI, no 76, Goiânia, 1981)

A Missa dos Quilombos, sem dúvida, contribuiu para consolidar o 20 de Novembro como Dia Nacional da Consciência Negra, instituído pelo Movimento Negro Unificado em 7 de julho de 1978, em Salvador, como contraposição ao 13 de maio, data oficial da Abolição.

Cumpriu, desse modo, no espaço que lhe é próprio, portanto, no campo dos valores e da cultura, a afirmação da palavra Quilombo reconhecida como espaço de liberdade e emblema maior das lutas históricas contra a escravidão. E projetou sua influência simbólica para definir o caráter libertário dos movimentos étnicos que se somavam às lutas populares para resistir à ditadura naquele momento. Ao abordar de forma afirmativa o conteúdo das lutas dos povos afro-brasileiros escravizados e seus descendentes, a Missa dos Quilombos lançava uma luz sobre as raízes do racismo e sobre a resistência dos mais explorados entre os trabalhadores. Os trabalhadores e as trabalhadoras negras.

O partido que nascia das grandes mobilizações operárias do ABC buscava conferir voz própria aos trabalhadores. Sem intermediários. Levaria ainda algum tempo para incorporar a percepção profunda do significado do racismo que permeia estruturalmente as relações sociais, políticas e culturais do país. E, em consequência, para incorporar a dimensão de raça à sua estrutura organizativa interna, à sua pauta e ao seu programa.

O tempo necessário para nos darmos conta de que o país mudou e com ele o perfil das classes trabalhadoras que desafiam a imaginação política das esquerdas. E compreendermos duas fecundas lições do mestre Florestan Fernandes, referência maior do pensamento das esquerdas brasileiras sobre a inserção do negro na sociedade de classes:

A primeira:“A revolução da qual ele (o negro) foi o motivo não se concluiu porque ele não se converteu em seu agente – e, por isso, não podia leva-la até o fim e até o fundo. Hoje, a oportunidade ressurge e o enigma que nos fascina consiste em verificar se o negro poderá abraçar esse destino histórico, redimindo a sociedade que o escravizou e contribuindo para libertar a Nação que voltou as costas à sua desgraça coletiva e seu opróbio.” (Significado do Protesto Negro, pág. 35, Expressão Popular e Fundação Perseu Abramo, S. Paulo, 2017).

E, na segunda, conclui: “Nada de isolar raça e classe. Na sociedade brasileira, as categorias raciais não contêm, em si e por si mesmas, uma potencialidade revolucionária. De onde vinha o temor dos brancos, nos vários períodos escravistas? Do entroncamento entre a escravidão e estoques raciais dos quais eram retirados os contingentes que alimentavam o trabalho escravo. Essa superposição ou paralelismo (como escreveu Caio Prado Júnior) ou essa estrutura simultaneamente racial e social conferia ao escravo a condição do “vulcão que ameaçava a sociedade.” (idem).

Quarenta anos depois, daquela noite de 1981, no Largo do Carmo, no Recife, a Missa dos Quilombos guarda uma dolorosa atualidade. Paraisópolis, Jacarezinho, Varginha... nos confirmam que no país que mais mata jovens, negros, pobres, das periferias dos grandes centros urbanos, mais do que nunca é necessária a compreensão de que a revolução social brasileira do século 21, ou será negra, ou não será revolução.

Pedro Tierra é poeta. Escreveu com Pedro Casaldáliga e Milton Nascimento a “Missa dos Quilombos”.

 Revista Teoria e Debate - EDIÇÃO 214 - 18/11/2021 -

Fonte: https://teoriaedebate.org.br/2021/11/18/a-missa-dos-quilombos-40-anos-depois/