Posiblemente, Primavera, año cero sea el primer testimonio en verso del confinamiento por el covid-19. Puede extrañar que la poesía de José Mateos, ajena a los vaivenes coyunturales, reflexione sobre la insólita situación, pero leído el libro se confirma el talento del jerezano para esquivar los tópicos y revertir el escenario a su personal universo.
Abre con un poema que, impreso en itálica para no dejar dudas sobre su relevancia y extrañamiento del corpus principal, acota los significados. Con resonancias becquerianas de las rimas I y VII, Mateos invita a pensar la nueva realidad mediante un lenguaje sereno que arrincone las sórdidas palabras viejas.
Pero antes de eliminar estas, hay que conocerlas. De ello se ocupa la primera sección, la más simbólica y centrada en detallar los días de aislamiento, cuando voces amargas rebotaban en las paredes del domicilio: veneno, desánimo, sangre, fuego…. Voces lanzadas por borrachos representando a no se sabe qué dios, por ángeles caídos portadores de sombríos mensajes. Ante el panorama, el poeta opta por cobijarse en el «tenebroso sudario de la niebla», una imagen recurrente desde La niebla (2003), su cuarto poemario que concluía: «Y tu casa está aquí: es esta niebla». Buscaba entonces un lugar libre de los sobresaltos nocturnos: «Miedo que ve en lo claro el lado oscuro». Ahora requiere a la niebla amparo ante la nueva amenaza. «Canción sin confinar», el poema que cierra el capítulo, suena como un himno de libertad y se digiere como una pócima contra las apariencias: «Lo cerrado es siempre falso / (…) / ¿Se cierra acaso un poema / tras su última palabra?».
La opción segura es salir al aire libre porque en el exterior nos encontramos lejos de los titubeos interiores, esos que colapsan la razón hasta oscurecer el alma: «¿Acaso las ideas y los números / sellaron vuestros párpados / con un hierro candente?». No basta con permanecer refugiado mientras en las calles se suceden los acontecimientos. Por esto, la segunda sección parece escrita por un naturalista que echa a volar el pensamiento. José Mateos olfatea en la primavera el olor de la vida, valora el prestigio de una estación donde el canto de los pájaros reconforta con «suavísima alegría» y un jazminero en flor incendia de blanco la noche. Puro beatus ille.
A los padres y amigos fallecidos se dedica la tercera parte. Si en el texto que recuerda a Jiménez Lozano el poeta se pregunta dónde nace la muerte, en «Padre» es capaz de adoptar la mirada de esta desde los ojos de su padre y describir una escena que parece cortada de una película de terror clásica: «Te puedo ver moverte / como a través de una pared de hielo. // Sé que eres tú porque me llamas hijo». La figura paterna, inseparable en la poética de José Mateos, se puede rastrear en casi todas las entregas desde la ya lejana Una extraña ciudad (1990).
El último poema aparece rotulado como «Epílogo» previamente a su título, «Canción final»: conclusión de una etapa y estreno de un tiempo de esperanza. Al igual que Nicolás Guillén mostraba rechazo al alacrán y al ciempiés y abría su corazón al mirto y la hierbabuena, José Mateos hace lo propio con la zarza y el muro y, -fiel al wu wei taoísta, elige ser «el agua que resbala entre las manos». Con naturalidad, Primavera, año cero recurre a lo sagrado oriental y a lo sagrado cristiano, pues cita al San Juan de la Cruz de «muero porque no muero» y de modo indirecto a pasajes de los evangelios de Mateo y Juan.
Decía Yasujiro Ozu que un guionista cuando escribe vive en la sensibilidad y no en la gramática. También los grandes poetas, como José Mateos, que juega limpio con el lector: a cada emoción, la palabra justa sin trampa ni autocompasión.
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Autor: José Mateos. Título: Primavera, año cero. Editorial: Milenio.
Fonte: https://www.zendalibros.com/el-olor-de-la-vida/ Acesso 20/02/2023
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