PEDRO OLALLA MIRA A LA GRECIA ANTIGUA
No solo se trata de salvar la democracia
culpando a los políticos actuales. Hay que dejar la soberbia de lado y
asumir con humildad que los antiguos griegos fueron
mejores ciudadanos que nosotros.
mejores ciudadanos que nosotros.
László Erdélyi - 02 sep 2016
EN GRECIA nació la democracia, y allí está
muriendo. La crisis actual toca algo más que el bolsillo de todos los
griegos. Es una profunda crisis de valores que obliga a discutir la
viabilidad misma de la democracia. El español Pedro Olalla, helenista de
vasta trayectoria residente en Grecia, cree sin embargo que todo es un
gran malentendido, que las democracias actuales son, en realidad,
oligarquías encubiertas, y que ya no hay ciudadanos como sí había en la
Atenas antigua, hace más de 20 siglos.
En el libro Grecia en el aire, Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde la Atenas actual,
Olalla lleva a cabo un viaje muy original mezcla de guía turística,
arqueología, historia de las ideas y filosofía. Camina por las ruinas
del lugar donde por primera vez se habló de armonía, felicidad y
justicia social, sorteando oleadas de turistas que buscan el mejor
ángulo para fotografiar el Partenón. Vincula hechos actuales con
acontecimientos de hace 20, 25 siglos. Lee los procesos que permitieron
construir la democracia como lo que son, procesos, caminos
empedrados de buenas y malas intenciones, con mucho sufrimiento, entrega
y, a veces, algo de felicidad. Y cuestiona la idealización, esa que
pone a aquellos griegos en el pedestal de héroes visionarios pero que
luego, como al descuido, los rebaja por ingenuos, pobres inocentes que
no entendieron los problemas reales de la democracia, cuando al parecer
fue exactamente al revés. Basta un dato. Solón, a comienzos del siglo VI
a. C. cuando todavía nadie hablaba de democracia, entendió que la
esclavitud por deudas debía ser erradicada y tomó una decisión, la seisachtheia, que la abolió. Separó, así, el poder de la riqueza de la soberanía de los individuos, "intentó corregir la desigualdad económica avanzando hacia la igualdad política"
escribe Olalla. Solón, con ese gesto nada inocente, puso sobre la mesa
por primera vez los conceptos de dignidad humana, ciudadanía y
democracia. Hoy, 25 siglos más tarde, los griegos están al borde del
precipicio (nada metafórico) acorralados por una deuda externa
impagable, mientras los acreedores imponen condiciones de pago nunca
imaginadas. Una suerte de esclavitud por deudas.
GOBERNANTES Y GOBERNADOS
—Usted ha afirmado que las democracias actuales no
son una versión más realista, adaptada a las circunstancias, de aquella
democracia clásica ateniense. Al contrario, serían su negación.
—Sucede que la democracia, tal como la entendían los
atenienses de hace 25 siglos, es un sistema que aspiraba a la
identificación máxima entre los gobernantes y los gobernados, donde el
interés común debe ser definido y defendido por todos los ciudadanos,
que deben participar de forma constante. En las "democracias" actuales
estos dos principios no se cumplen, y ya ni siquiera se aspira realmente
a ello. Lo prueba la falta de participación ciudadana, o el cultivo
silencioso de la desafección política, o las intrincadas estructuras de
representación. O también la mecánica de los partidos políticos, los
intereses que se defienden, cómo ejercen el poder los grupos de presión,
o las flagrantes desigualdades que se dan de hecho. Pero lo más grave
es la creciente brecha que hay entre los gobernantes y los gobernados.
—Usted cree que la clave de esto se encuentra en el
concepto de "representación", tan central a la democracia actual. En su
libro afirma que a ningún ateniense antiguo, electo para un cargo, se le
habría ocurrido decir que "representaba" a otros. Es más, el término
"representar" podía considerarse casi un insulto.
—Aquel ciudadano ateniense participaba para legislar y
juzgar. Ejercía esa potestad democrática, y creía que esa potestad era
intransferible. Por cierto que debían dedicar un importante esfuerzo y
responsabilidad a la tarea, pero era una suerte de tributo que el
ciudadano pagaba para poder gobernarse a sí mismo, una prerrogativa de
hombres libres, y un servicio honroso a la comunidad. No debemos olvidar
que la democracia es el intento de crear un sistema donde el ser humano
pueda realizarse como animal político, un sistema capaz de elevarlo
desde su eterna condición de súbdito a la de ciudadano. Es el portador
consciente de la esencia política de la sociedad.
—¿A qué mecanismos recurrían para proteger esos procesos?
—Recurrían al sorteo y a la alternancia rápida en los
cargos, lo cual también entrañaba un riesgo en la idoneidad de su
desempeño. Pero, a cambio de asumir ese riesgo, la ciudad evitaba la
profesionalización y el monopolio de la vida pública, evitaba la
elección exclusiva de los más influyentes, o los más propensos a
utilizar los cargos para clientelismo o para intereses privados. La
ciudad, entonces, conseguía que los elegidos no fueran su gobierno, sino
sus servidores, simples comisionados, y en ningún caso sus
representantes.
—Eso debía ser, a la larga, muy formador.
—Es que la ciudad dotaba al ciudadano de experiencia política, al implicarlo en la gestión de lo común. Lo hacía sentir Estado.
—Podían ver la política desde adentro. A su vez
los tribunales de justicia de la Heliea también se integraban por
sorteo. ¿Buscaban, de esa forma, proteger la idea misma de justicia?
—Exactamente. Hay que insistir en lo que decía
Aristóteles, en su definición de ciudadano como "aquel que participa de
la facultad de gobernar y de juzgar". Esa es la clave: juzgar. Una
definición, por cierto, que ninguna de nuestras democracias actuales se
atrevería a emplear, porque aún sigue siendo una definición altamente
ambiciosa y revolucionaria.
—¿Por qué?
—Los ciudadanos actuales ni gobiernan ni juzgan.
Están desprovistos de la soberanía que se supone que da legitimidad al
sistema. No tienen poder político: ni legislativo, ni ejecutivo ni
judicial. El único "poder" que su "democracia" les otorga es el de darle
un cheque en blanco, durante algunos años, a los supuestos
representantes de sus intereses.
CAZANDO MITOS
—Se suele acusar a aquella democracia ateniense de estar sustentada por el trabajo esclavo.
—En efecto, la esclavitud ha sido la sombra que, a
ojos de la modernidad, pesa hoy sobre la democracia ateniense. Había
esclavos, sí, pero había muchos más en Asia, en Egipto, en Roma y en
Cartago, en todo el mundo antiguo. Y de todos los lugares que antes y
entonces conocieron la esclavitud, sólo uno creó la democracia, y lo
hizo además tratando de liberar a los hombres de la perversa esclavitud
impuesta por la codicia y las deudas.
—Pero los esclavos sostenían el sistema.
—No es cierto. Se ha repetido muchas veces que en la
Atenas clásica los ciudadanos podían dedicarse feliz y
despreocupadamente a la política gracias a los esclavos, que los
exoneraban del trabajo. Sí, hubo esclavos, pero el sistema productivo se
sustentaba sobre el conjunto de la población que trabajaba de forma
cotidiana, en su gran mayoría en pequeñas empresas o unidades de
producción independientes y modestas. Atenas tenía esclavos, pero en
menor grado que otras polis griegas. Gracias al desarrollo de la
democracia, en aquella Atenas la esclavitud misma fue cuestionada, y los
esclavos vivían con mayor dignidad que en el resto del mundo antiguo.
—¿Comparado, por ejemplo, con Roma?
—La gran esclavitud llegó como sistema con la
supremacía y dominación de Roma. No sólo la guerra o las deudas
producían esclavos; se cazaban esclavos, se inició el comercio humano,
el sometimiento de poblaciones enteras, también la esclavitud de clase o
como sistema económico y social. Eso no lo detuvo el Cristianismo, ni
el mundo feudal, ni su caída. El mundo ha visto sucederse, uno tras
otro, imperios esclavistas. Cientos de millones han llevado grilletes. Y
la democracia sigue siendo un proyecto inconcluso.
—Además, quién se anima a decir que en el mundo actual no existe el trabajo esclavo, o semi-esclavo.
—Es que siguen habiendo esclavos, millones. Una cosa
es clara: si en aquel tiempo lejano era cuestionable la necesidad de la
esclavitud para la existencia de la democracia, en nuestro tiempo,
vergonzoso e hipócrita, con un grado de riqueza y desarrollo como la
humanidad no ha conocido jamás, la esclavitud moderna —la que tiene ese
nombre y la que no— es injustificable como supuesto sustento de nuestras
aparentes democracias.
—También se suele insistir que las mujeres, las atenienses de entonces, no votaban.
—Sí, la base electoral más amplia es un punto a
favor en términos sociales, pero no desde el punto de vista político. La
inclusión de la mujer —justa, obvia, pero alcanzada recién en el siglo
XX— supuso un avance social, pero el poder político de todos los
ciudadanos, hombres y mujeres, es incomparablemente menor al que tenían
en la democracia ateniense. Ampliar la base de votantes no es ningún
avance si se los desposee de poder político real. No es sólo un
espejismo, es un peligroso truco para legitimar, con mayor base
numérica, el proceder interesado de los gobernantes. Nada más.
—Otro mito es el de la eterna felicidad que
reinaba en el ágora. ¿Eran tan felices, o eran tan humanos y
contradictorios como nosotros? Entiendo que la democracia fue real,
construida por seres humanos de carne y hueso, no por entidades míticas.
—La democracia ateniense no es un mito, sino un
hecho histórico, un sistema para organizar la sociedad que, con todos
sus altibajos, consiguió pervivir en el tiempo de una forma más plena y
larga que cualquiera de las "democracias" modernas. Hay que decir que la
democracia es, por definición, un proyecto in fieri, que se hace
a sí mismo día a día, y que busca los medios para hacerse posible de
acuerdo a las coordenadas reales de cada momento. Y es frágil. Para
poder existir, necesita de la virtud política de los ciudadanos. Por eso
es un reto permanente.
—El tema de la virtud fue un asunto complicado
para Platón, quien no creía en la democracia ateniense. ¿Era Platón un
oligarca y clasista, como se repite hoy en día?
—Yo creo que no. Platón se expresó siempre a través
de sus diálogos, que era una polifonía no siempre consensuada, ni exenta
de contradicción. Él criticó la democracia ateniense porque entendía
que, de un modo u otro, ésta se apartaba del interés común en favor de
intereses particulares, o de clase. O sea, que se apartaban de aquella
sociedad ideal en la que primaban la concordia y la virtud. Platón no
criticó los fundamentos de la democracia, buscó superar sus defectos.
Pero no confiaba en la virtud política de sus conciudadanos. Siempre
consideró preferible la opinión de los muchos y el control por parte del
pueblo a la arbitrariedad de unos pocos, o de uno solo. Llevado al
extremo, consideró más tolerable la dictadura de la pobreza que la
dictadura del dinero.
ROMA, NO ATENAS
—En el libro usted afirma que somos más ciudadanos romanos que griegos.
—Porque la ciudadanía griega fue, para quien la
tuvo, una prerrogativa muy exigente de acción, de implicación, y de
responsabilidad política. La ciudadanía romana, en cambio, fue para la
mayoría una mera salvaguarda de garantías jurídicas sin derecho a la
participación real en la política. Los propios romanos vivían con recelo
y contradicción todo lo procedente de Grecia. Catón el Censor advirtió a
los romanos que arruinarían la república si dejaban entrar por todas
partes las letras de los griegos. La república romana no fue una
democracia. Por esa razón, en un sentido histórico, somos mucho más
herederos del republicanismo romano que de la democracia ateniense.
—Si un antiguo proveniente del ágora pudiera
pararse hoy en la Plaza Syntagma de Atenas, ¿que es lo no podría
entender del funcionamiento de las democracias actuales?
—La enorme distancia que hay entre gobernantes y
gobernados. O cómo los intereses de ambos son tan opuestos. El ciudadano
antiguo nunca entendería esa distancia ni esa oposición. Y si bien es
cierto que muchas veces se sintió defraudado por la política de su
ciudad, siempre se sintió parte de ella.
—Si ese ateniense antiguo se pusiera a charlar de política con un habitante actual de Atenas, ¿lo reconocería como un igual?
—Lo que sucede es que las democracias actuales no
tienen realmente ciudadanos. Tienen votantes, súbditos, contribuyentes,
espectadores, consumidores... pero no ciudadanos. No los tienen, ni
aspiran a tenerlos, porque no son democracias, sino formas encubiertas
de oligarquía.
—Usted dice que Grecia debería capitalizar su potencial histórico y simbólico para liderar un renacimiento de la democracia.
—Sí. Sería maravilloso que en Atenas volvieran a
reescribirse las reglas del juego, que fuera capaz de aglutinar las
fuerzas para concebir un modelo de democracia nuevo, acorde con el mundo
de hoy, y que eso se convirtiera en algo universal. Pero,
desgraciadamente, Atenas es hoy un símbolo del desmantelamiento de la
democracia. Creo que es un escenario muy significativo, elegido con toda
intencionalidad, por su simbolismo.
RECUADRO.
El ágora en Google Earth
L.E.
La democracia ateniense existió entre los años 508 a
321 a.C, siendo luego restaurada en en la era Helenística (hasta el 85
a.C.) por varios períodos que suman otros 200 años. Los ciudadanos
rondaba los 30 mil sobre una población ateniense total de 300 mil (The Oxford Classical Dictionary,
ed. 2003). Si bien los planteos de Pedro Olalla resultan polémicos,
porque aún hay varias bibliotecas sobre el tema, la actual crisis de la
democracia representativa —y del concepto de representante—
obliga a actuar con coraje y a discutir las ideas a fondo. Y nada mejor
que un viaje metafórico y real como el que plantea Olalla visitando los
sitios que refieren a Solón, a las profundas reformas de Clístenes, al
cementerio del Cerámico donde Pericles pronunció su famosa oración
fúnebre, los lugares donde se administraba la justicia, el barrio de los
marmolistas donde Sócrates fue encarcelado y ejecutado (destacando el
reciente hallazgo arqueológico de trece vasijas del tamaño de un puño
donde se preparaba la cicuta para los condenados a muerte), el bosque
sagrado donde estuvo la Academia de Platón, o las diversas esquinas
históricas de la hoy moderna Atenas ocupadas por comercios de alta moda.
Para Olalla esas esquinas poseen un simbolismo potente: "el ciudadano crítico sustituido por el consumidor indolente".
Lo ideal es tomar un avión y pasar unos días en
Atenas libro en mano. Es pequeño, tiene menos de 200 páginas. Pero
también las nuevas tecnologías como el Google Earth permiten hacer el
recorrido. Casi todos los sitios mencionados pueden ser vistos en fotos
digitales esféricas. La computadora, entonces, se convierte en una
ventana al lugar donde fue posible la justicia.
GRECIA EN EL AIRE, de Pedro Olalla.
El Acantilado, 2015. Barcelona, 192 págs.
Distribuye Gussi.
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FONTE: http://www.elpais.com.uy/cultural/democracias-actuales-oligarquias-encubiertas-pedro-olalla.html?utm_source=news-elpais&utm_medium=email&utm_term=%22Las%20democracias%20actuales%20son%20oligarqu%C3%ADas%20encubiertas%22&utm_content=02092016&utm_campaign=Cultural
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