[Por: Diego Pereira Ríos]*
20 de Noviembre de 2022
El problema de Dios sigue siendo un desafío, quizá no para el común de las personas, pero sí para los que creemos en Él. Quizá sobre todo para nosotros y nosotras. Creer en un Dios que es amor, que lo da todo por los demás, que renuncia a su misma omnipotencia para hacerse uno más con los que más sufren en el mundo –según la teología cristiana- es cada vez más difícil de testimoniar. Muchas personas que procuramos vivirlo en el día a día, sobre todo los laicos y laicas que allí en nuestros lugares de trabajo, en nuestras familias, en contacto con las demás personas que encontramos en la sociedad y a los cuales intentamos contagiar con nuestra fe y esperanza, a menudo nos vemos aturdidos y sacudidos por el peso de la institucionalidad de la religión. El secularismo y la posmodernidad, que dio inicio a una falta de confianza en las instituciones sociales, sigue incidiendo en el cómo se puede creer en Dios hoy, pero la misma institución sigue dando razones para ser descalificada. Si solo se trata de obediencia, de ritualismos, de costumbres o tradición, de un “limpiar la conciencia”, la religión -cada vez más- seguirá en este proceso de desaparecer.
El discurso apologético de que “sin comunidad no hay una fe firme”, no tiene sentido si sólo es en defensa de la institucionalidad o si sólo se trata de seguir reafirmando una jerarquía que necesita de fieles para subsistir. Tanto jerarquía y feligresía se conjugan viciosamente para generar el mal del clericalismo tan combatido por el Papa Francisco. Si hay una casta que se cree superior al común denominador de la Iglesia, es porque esta mayoría re-crea en sí misma esta necesidad. Pero según se sostiene, si miramos lo que las personas nos muestran, cada vez son más las personas que no creen en Dios por causa de los escándalos de la institución eclesial, insisto: vamos camino a desaparecer. Cuando hablo de que somos “aturdido y sacudidos” por lo que nos sucede como institución eclesial, no sólo refiero a los abusos sexuales (que es lo más escuchado), sino que debemos mirar críticamente el caminar de la Iglesia, y la supuesta apertura a una mentalidad más democrática, más igualitaria, más equitativa, que es lo que hoy buscamos mediante la Sinodalidad.
En lo personal, tal y como hoy existe la Iglesia, pienso que lo mejor que puede pasarnos, es que desaparezca. La estructura medievalista, clasista, machista, homofóbica, de búsqueda de poder, sin duda alguna debe desaparecer. Muchos pensarán que estas cosas solo sucede en países donde la Iglesia es más numerosa, no en Uruguay. Pero para quienes somos parte del Pueblo de Dios, que estamos dentro de la Iglesia, basta acercarse a las comunidades o grupos parroquiales, rápidamente se percibirá todo esto que digo. Es más: estoy seguro que muchos de nosotros y nosotras somos conscientes de todo ello, pero aún cargamos dos clases de miedos. El primero, si lo denunciamos y lo damos a conocer, seguramente nos expulsarán o nos colocarán una “marca” por no respetar el orden establecido (aunque sean solamente normas humanas) ya que como laicos aún no tiene peso nuestra voz en las decisiones eclesiales. Por otro lado, estamos tan formateados en una jerarcología que nos ha hecho muy dependientes de los sacerdotes, que no nos permite caminar en la verdad y la libertad. Es que los laicos no nos sentimos capaces de dar a conocer nuestro parecer ante las diversas situaciones. Este es el peor de los miedos.
Por eso, mientras todo esto siga igual, y mientras la propuesta del Papa de reconvertir la Iglesia en una Iglesia Sinodal, donde todos y todas seamos iguales, donde todos podamos sentirnos corresponsables de la salvación de los demás, la desconfianza en la institución seguirá creciendo, y el número de fieles seguirá disminuyendo. ¿Será esto lo mejor que nos puede pasar? No lo sé, solo sé que muchos católicos se van enfriando cada vez más, su corazón no vibra ante el anuncio del Evangelio, muchos siguen la lógica capitalista de la búsqueda del éxito, el bienestar material y económico, el trabajo para conseguir los medios para comprar placer. Muchos de los católicos que tienen un buen pasar económico siguen enviando a sus hijos a hacer una carrera que les garantice una vida de lujos. Si hay misioneros comprometidos, eso es cosa de la etapa de la juventud, algo pasajero, unos signos solidarios de acciones concretas sin reflexión ni interiorización. Y todo sigue siendo abalado por la jerarquía. Mientras el vacío interno se siga llenando de todo lo que no sea Dios, la fe será un sentimiento pasajero. Es triste que aquellos que tanto hacen por vivir una fe madura y comprometida, sigan siendo descalificados y sin ser tomados en cuenta. Por eso, este tipo de iglesia institucional, debe desaparecer para volver a florecer. Esa es nuestra fe y nuestra esperanza.
*Laico uruguayo. Profesor de Filosofía y Religión. Maestrando en Teología Latinoamericana (UCA). Miembro de Amerindia Uruguay y de RED CREA-Cómplices Pedagógicos para América Latina. Sus búsquedas pasan por la conjunción de la reflexión filosófica, teológica y educativa en clave liberadora.
Fontehttps://amerindiaenlared.org/contenido/22418/el-desaparecer-de-la-religion-institucional-/
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