Gemma Morató*
Hablar de soledad no es afirmar una separación, ni mucho
menos. La soledad es un estado que únicamente ha de pretender
encontrarte contigo para poder dar más y mejor a los que nos
rodean. Ser ermitaño no es pensar que seremos santos huyendo de los
otros. Una vida de soledad “deliberada” sólo se justifica si se está
convencido de que éste aislamiento servirá para amar no sólo a Dios,
sino también a los demás, según Thomas Merton en una de sus obras.
La verdadera soledad es el hogar de la persona, el interior de lo
que somos nosotros mismos, es ahí donde encontraremos la soledad
verdadera, la que nos dará sentido a la vida. Sino… es que intentamos
vivir una falsa soledad, que es el refugio del individualista. El simple
hecho de vivir entre las personas no nos garantiza que podamos vivir en
comunión con ellas, ni siquiera que seamos capaces de comunicarnos con
ellas. Es curioso pero a veces es el “solitario” el que tiene más que decir y compartir, no por sus muchas palabras sino por la profundidad de las mismas.
Aunque diga muy poco, tiene algo que comunicar, algo real que dar
porque él mismo es real. Con ello intento marcar la necesidad que
tenemos de experimentar esa “soledad”, la verdadera soledad. Caer en la
cuenta de quiénes somos… nos lleva a ver más de cerca la realidad y a no
vivir en superficialidades que casi siempre nos ahogan. Por ello, no
hay soledad más verdadera que la del interior.
También podemos pensar en aquella soledad que experimentan
algunas personas y que sienten en sus vidas algo clavado que produce
dolor, porque es la soledad de sentirse solo, sin nadie, de
vivir en propia experiencia la falta de amor… éste es otro tipo al que
llamamos soledad, pero a diferencia esta soledad no la escogemos, ni
siquiera pensamos en que pueda pasarnos, simplemente llega y se ha de
asumir aunque nos produzca mucha tristeza. Hemos de saber separar y por
supuesto en todas las soledades hemos de aprender a vivir las realidades
que tenemos. Como en todo, muchas veces las cosas dependen de cómo nos
situamos o cómo afrontamos lo que tenemos delante. Cuando hablamos de
soledad, hay una que nos es necesaria y que deberíamos de experimentar
todos, porque nos hace crecer interiormente, ser mejores, pero también
conocemos aquella que humanamente nos hace mal, por eso creo que si
nos trabajásemos por dentro, conscientemente, nos ayudaríamos a poder
afrontar con un poquito más de fuerza lo que nos toque vivir.
Texto: Hna. Conchi García.
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*Es Dominica de la Presentación, periodista, teóloga moral y maestra de Educación Especial.
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