Es cierto que cada día sale el sol, porque Dios nos lo regala a todos
los hombres. Es bonito ver despertar el día, ir viendo cómo crece la
luz, como poco a poco la oscuridad va siendo vencida y como poco a poco también las cosas retoman su color perdido durante la noche.
Contemplar el amanecer es contemplar la obra de Dios,
como Él va iluminando el mundo y también nuestro corazón y nuestra
alma. El amanecer es el momento en que solemos levantar nuestra súplica
al Padre para que intentemos vivir en plenitud cuanto Él nos regala.
El sol saldrá para todos, nos iluminará a todos, pero no tendrá para todos el mismo sentido, la
misma luminosidad. Parece como si la luz del día fuese distinta si
sabemos ya de antemano que nuestra jornada estará teñida por el dolor,
por el sufrimiento o si confiamos en que la suma de los acontecimientos
que nos envolverán será positiva y nos ayudará a caminar hacia la santidad.
En todo momento nuestra oración debería ser la expresión de una fe sostenida por la fidelidad,
animada por la esperanza para intentar caminar junto a los demás,
especialmente aquello que está a nuestro lado, el camino del verdadero
amor fraterno.
No permitamos que las preocupaciones, el trabajo del día o
la enfermedad o las limitaciones, empañen nuestro deseo de vivir en
plenitud el amor que Dios nos ofrece, para que podamos levantar gozosos nuestras manos en su alabanza.
Texto: Hna. Carmen Solé.
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FONTE: http://blogs.periodistadigital.com/vocacion.php/2013/10/16/cada-dia-sale-el-sol
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